En la Luna habita el alma de una liebre que de acuerdo con la mitología china fue desplazada al astro a manera de recompensa por Buddha, quien en una de sus vidas pasadas padeció hambre y para alimentarlo, dicha liebre se arrojó al fuego.
Más tarde, Buddha agradecido con el animal envió su alma a la Luna, donde “tritura en un mortero mágico las drogas que integran el élixir de la inmortalidad”.*
Han pasado miles de años desde aquel momento, y ahora sabemos que ese elixir de la inmortalidad está conformado por palabras, porque no hay nada que perdure más que las letras.**
Acaso por ello la Liebre Lunar ha aprehendido miles de cartas escritas a lo largo del tiempo por diversos personajes de la historia, las cuales serán reproducidas una a una en este espacio.
La primera que transcribimos aquí fue escrita en 1948 por Juan Rulfo y está dirigida a Clara Aparicio.
Chiquilla:
¿Sabes una cosa?
He llegado a saber, después de muchas vueltas, que tienes los ojos azucarados. Ayer nada menos soñé que te besaba los ojos, arribita de las pestañas, y resultó que la boca me supo a azúcar; ni más ni menos, a esa azúcar que comemos robándonosla de la cocina, a escondidas de la mamá, cuando somos niños.
También he concluido por saber que los cachetitos, el derecho y el izquierdo, los dos, tienen sabor a durazno, quizá porque del corazón sube algo de ese sabor.
Bueno, la cosa es que, del modo que sea, ya no encuentro la hora de volverte a ver.
No me conformo, no; me desespero.
Ayer pensé en tí, además, pensé lo bueno que sería yo si encontrara el camino hacia el durazno de tu corazón; lo pronto que se acabaría la maldad a mi alma.
Por lo pronto, me puse a medir el tamaño de mi cariño y dio 685 kilómetros por la carretera. Es decir, de aquí a donde tú estás. Ahí se acabó. Y es que tú eres el principio y fin de todas las cosas.
*Manual de Zoología Fantástica, Jorge Luis Borges, Fondo de Cultura Económica
**Según Jamlet Inculto
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