Chavela Vargas llegó tarde a mi vida, o quizá deba decir que yo fui el impuntual.
Tengo vagos recuerdos de su voz: un sábado por la tarde mi padre puso un disco completo que yo ignoré, como lo habría hecho casi cualquier otro niño. Otro fin de semana, recuerdo con dificultades, escuché sus canciones salir de las ventanas del departamento de mis abuelos paternos. Y solo eso, no más.
Cada que me preguntaban, a lo largo de los años, si la había escuchado, siempre contestaba que muy poco y que prefería no hacerlo porque no era fanático de su voz (¿díganme si no era bobo?).
Años más tarde, con las penas encima de una vida bien llevada, me encontré con una de sus canciones en Youtube. Lamento no decir que la escuché en un bar con amigos o en un viaje en carretera o en la playa mientras la borrachera me alcanzaba, pues cuando tuve mi primer acercamiento con la cantante estaba sentado frente a mi escritorio, trabajando en la computadora de todos los días y entonces le di play a una canción que ya me gustaba, pero que en la voz de “La Chamana” se hizo entrañable.
Fui de un video a otro y me di cuenta que había estado perdido. Pero vino a mi una alegría incontrolable cuando noté que me había encontrado.
Días más tarde, sentado en la mesa de casa, leí que Chavela Vargas había muerto, era 2012, y su cuenta de Twitter escribió: Silencio, silencio: las amarguras volverán a ser amargas… se ha ido la gran dama Chavela Vargas.
Con eso me quedo, hay poco más que decir.
No volveré
Volver, volver
Un mundo raro
Le enorme distancia
Las simples cosas
Casi de acuerdo, pero falta una imprescindible: Macorina.
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