El nombre completo del poeta Gabriel Celaya era Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta, pero para su poesía escogió el nombre ya mencionado. Sin embargo, también firmó sus textos como Rafael Múgica o Juan de Leceta.
¿Problemas de personalidad? No lo sabemos realmente, pero hay que recordar que luchó en la Guerra Civil española del lado republicano y, probablemente, se ganó muchos enemigos que lo perseguían por todo.
Celaya era arquitecto, pero una vez que fundó junto a su esposa la colección de poesía Norte, abandonó su primera profesión para dedicarse de lleno a las letras. Y qué bueno que lo hizo.
Además, fue un hombre comprometido, y su poesía es la prueba más grande de ello. Cercano a la generación del 27, también se dedicó a la traducción de textos de Rilke, Rimbaud y Blake.
Murió el 18 de abril de 1991 y por esa razón, te dejamos aquí los siete poemas de Gabriel Celaya favoritos de Jamlet Inculto:
La poesía es un arma cargada de futuro
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
***
Despedida
Quizás, cuando me muera,
dirán: Era un poeta.
Y el mundo, siempre bello, brillará sin conciencia.
Quizás tú no recuerdes
quién fui, mas en ti suenen
los anónimos versos que un día puse en ciernes.
Quizás no quede nada
de mí, ni una palabra,
ni una de estas palabras que hoy sueño en el mañana.
Pero visto o no visto,
pero dicho o no dicho,
yo estaré en vuestra sombra, ¡oh hermosamente vivos!
Yo seguiré siguiendo,
yo seguiré muriendo,
seré, no sé bien cómo, parte del gran concierto.
***
¿Quién eres?
Con cambiarte de traje, te cambio también de alma.
( No adivinas mi angustia. No sé casi quién eres. )
Si te revuelvo el pelo tú ríes locamente
mientras a mí me duele sentirte tan informe.
Tanto puedo variarte que no sé ya que quiero.
Tú puedes serlo todo. Tú eres la misma nada.
Y te ríes, y acaso, si tus labios me buscan
son solo una medusa de silencio anhelante.
***
Salpicada de espuma, de salitre…
Salpicada de espuma, de salitre,
desnuda, desde el mar,
viene gritando:
La vida, sí, la vida misma:
¡Un delirio por los prados!
Desde mi ventana blanca,
con los brazos extendidos,
la estoy llamando con voces
de un ardor desmelenado.
Salpicada de espuma, de salitre,
desnuda, por los campos,
va gritando.
¡La vida, sí, la vida misma!
Pálido y alto, callado,
la mira pasar llorando.
***
Amor
Vivir es fácil y, a veces, casi alegre.
Esta tarde -mar, pinares, azul-,
suspendido entre los brazos ligerísimos del aire
y entre los tuyos, dulce, dulce mía,
un ritmo palpitante me cantaba:
es fácil y, a veces, casi alegre.
La brisa unía en un mismo latido
nuestros cuerpos, los árboles, las olas,
y nosotros no éramos distintos
de las nubes, los pájaros, los pinos,
de las plantas azules de agua y aire,
plantas, al fin, nosotros, de callada y dulce carne.
La tierra se extasiaba; ya casi era divina
en las nubes redondas, en la espuma,
en este blanco amor que, radiante, se eleva
al suave empuje de dos cuerpos que se unen
en la hierba.
¿Recuerdas, dulce mía, cuando el aire
se llenaba de palomas invisibles,
de una música o brisa que tu aliento
repetía apresurado de secretos?
Vivir es fácil y, a veces, casi alegre.
Contigo entre los brazos estoy viendo
caballos que me escapan por un aire lejano,
y estoy, y estamos, tocando con los labios
esas flores azules que nacen de la nada.
Vivir es fácil y, a veces, casi alegre.
Al hablar, confundimos; al andar, tropezamos;
al besarnos no existe un solo error posible:
resucitan los cuerpos cantando, y parece
que vamos a cubrirnos de flores diminutas,
de flores blancas, lo mismo que un manzano.
Dulce, dulce mía, ciérrame los ojos,
deja que este aire inunde nuestros cuerpos;
seamos solamente dos árboles temblando
con lo mismo que en ellos ha temblado esta tarde.
Vivir es más que fácil: es alegre.
Por caminos difíciles hoy llego
a la simple verdad de que tú vives.
Sólo quiero el amor, el árbol verde
que se mueve en el aire levemente
mientras nubes blanquísimas escapan
por un cielo que es rosa, que es azul, que es
gris y malva,
que es siempre lo infinito y no comprendo,
ni quiero comprender porque esto basta:
¡amor, amor! , tus brazos y mis brazos
y los brazos ligerísimos del aire que nos lleva,
y una música que flota por encima,
que oímos y no oímos,
que consuela y exalta:
¡amor también volando a lo divino!
***
Deseada
Deseada, ¡tan suave!,
confín donde resbalo.
¡Oh siempre un poco ausente,
suspendida en la nada!
¿Son tus ojos dulces?
No, que está turbado
tu mirar brillante
de anhelos contrarios.
Yo te amo, te amo, te amo,
todo lleno de alas tempestuosas,
y de garras, de furias,
de dolor, por abrirme.
¡Oh, tenme en tu sonrisa,
en tu sombra, en lo leve
de tu mano impalpable!
¡Tenme en tu caricia!
¿A qué llamas cambiando?
¿Qué me pides furtiva?
¡Oh tú, siempre ignorada,
tú siempre antigua y nueva!
Ven más cerca. No temas.
Tu mano tibia tiembla,
tu cintura se atreve
con sobresaltos, mía. ¡Mía, deseada!
Y aún sonríes con ojos
inocentes y raros.
¡Oh, dime! ¿Qué sugieren
tus ojos arcaicos?
Cabelleras, torrentes,
músicas perdidas,
corazón: esa ave
que, cogida, tiembla.
Y tú, esquiva, flotando
desnuda, lenta y suave.
Tú, chiquita, huida
en un cielo sin nadie.
¡Oh dime, deseada,
cómo hay que abrazarte
mientras tu boca expira
en la mía, sin habla!
Di si tu remota
belleza en tu cuerpo
puedo yo apresarla.
Puedo así matarte.
Deseada, ya basta.
Deseada, no puedo.
Deseada, tú quieres
que yo muera contigo.
***
Morir
¡Ay tú, siempre lejana!
(Tu cuerpo poseído
me parece aún intacto.)
¡Ay, tu sonrisa esquiva!
¡Ay, tus palabras vagas!
Todo tan sin sentido
(adorable, imposible!)
que no eres tú, no es nada,
es la nada lo que amo
revestida de luces
que en suave piel resbalan.
Desnúdate, ¿qué importa?
Ya sólo sé morirme
y no mirarte. Canto
cierto nácar cambiante,
deseo con mil nombres
que aquí brilla variando,
ternura, o llanto, o dicha,
o -querida, querida, querida-
no saber qué se dice,
morir tu misma muerte,
rozarte así imposible.
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