La historia de Friedrich Schiller, poeta, dramaturgo y filósofo alemán, es como la de muchos otros escritores: su vocación era la literatura pero tuvo que estudiar medicina –en la milicia– debido a esas presiones sociales que nos persiguen hasta la fecha. Muchos creen que las humanidades deben ser solo hobbies porque “eso no da de comer”.
La gran ventaja ante estas historias, es que la esperanza de quien quiere dedicarse a escribir toda su vida sigue intacta y eso anima a muchos otros a seguir el mismo camino.
Jamlet se puso muy reflexivo y por esa razón mejor le da paso a cuatro poemas de Schiller que a él le gusta leer mientras toma un cafecito con pan.
Éxtasis por Laura
Laura, si tu mirada enternecida
hunde en la mía el fulgurante rayo
mi espíritu feliz, con nueva vida,
en ráfaga encendida
resbala con la luz del sol de mayo.
Y si en tus ojos plácidos me miro
sin sombras y sin velos,
extasiado respiro
las auras de los cielos.
Si el acento sonoro
tu labio al aire da con un suspiro
y la dulce armonía
de las estrellas de oro;
escucho de los ángeles el coro,
y absorta el alma mía
en transparente amoroso se extasía.
Si en la danza armoniosa
tu pie, como ola tímida resbala,
a la tropa de amores misteriosa
miro agitar el ala;
el árbol mueve, tras de ti, sus ramas
cual si de Orfeo oyérase la lira,
y a mis plantas la tierra que pisamos
vertiginosa gira.
Si de tus ojos el destello puro
fuego amoroso inflama,
latido al mármol duro
da y al árido tronco vital llama.
Cuanto goce soñó la fantasía
ya presente contémplolo y seguro,
cuando en tus ojos leo, ¡Laura mía!
Versión de Teodoro Llorente
***
Tres palabras de fortaleza
I
Hay tres lecciones que yo trazara
con pluma ardiente que hondo quemara,
dejando un rastro de luz bendita
doquiera un pecho mortal palpita.
II
Ten Esperanza. Si hay nubarrones,
si hay desengaños y no ilusiones,
descoge el ceño, su sombra es vana,
que a toda noche sigue un mañana.
III
Ten Fe. Doquiera tu barca empujen
brisas que braman u ondas que rugen,
Dios (no lo olvides) gobierna el cielo,
y tierra, y brisas, y barquichuelo.
IV
Ten Amor, y ama no a un ser tan sólo,
que hermanos somos de polo a polo,
y en bien de todos tu amor prodiga,
como el sol vierte su lumbre amiga.
V
¡Crece, ama, espera! Graba en tu seno
las tres, y aguarda firme y sereno
fuerzas, donde otros tal vez naufraguen,
luz, cuando muchos a oscuras vaguen.
Versión de Rafael Pombo
***
La partición de la tierra
-¡Tomad la tierra! -desde su alto asiento
dijo a los hombres quien pobló el vacío-.
-Para cumplir mi soberano intento
habedla en fraternal compartimiento,
que os la doy como herencia y señorío.
Ya más correr, por acudir primero,
cada mortal al llamamiento vino,
y cuanto pudo sometió a su fuero:
los frutos de la tierra, el campesino;
la selva, do cazara el caballero.
Colma la troj el mercader y el arca;
se adueña el monje del viñedo umbrío:
¡y, ya fuerte sintiéndose el monarca
sendas y puentes con barreras marca
diciendo; -¡El diezmo! porque el diezmo es mío.
Años después, cuando por fin completa
la irrevocable partición quedaba,
de remoto confín llegó el poeta.
¡Ay! Todo campo deslindado estaba,
y toda cosa a su señor sujeta.
-¡Tarde y en vano mi poción exijo!
¡¿Y así, el más fiel en mísero abandono
dejando, ¡oh Dios! desheredaste al hijo?
Tal del señor postrándose ante el trono,
el pobre vate entre sollozos dijo.
-Si absorto en la región de las quimeras,
-contesta Dios- te retardaste, iluso,
no en balde llores ni acusarme quieras:
¿do estabas tú, que confundirme esperas?
-¿Dónde? ¡A tu lado! -el soñador repuso.
Mi vista apacentaba en tu hermosura;
del cielo en los acentos, mis oídos;
si lo terreno desdeñé en la altura,
fue que tu gloria, que sin par fulgura,
¡me embargaba la mente y los sentidos!
Y Dios: -¿Qué hacer ? Sobre la tierra nada
me resta ya con qué colmar tu anhelo;
ajeno el bosque, la heredad cercana…
Vente conmigo, si te place, al cielo,
¡que desde hoy libre te daré la entrada!
Versión de José Joaquín Casas
***
Amor y apetito
Muy bien dicho, Schlosser: se ama
lo propio; y si no se tiene
se apetece. El alma rica
ama, la pobre apetece.
Versión de J. L. Estelrich
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