Literatura

Diez poemas de Amado Nervo que no te arrepentirás de leer

El poeta mexicano Amado Nervo conoció muchas veces la amargura de la pobreza, debido a que no todo le salió como quería en el mundo literario. Al menos por varios años.

Sin embargo, el vate nunca pasó desapercibido y algunos de sus amistades, como con Rubén Darío, le permitieron salir bien librado, cada vez que la suerte no le sonreía.

Quizá uno de los episodios más tristes fue cuando su gran amor, Ana Cecilia Luisa Daillez, murió de manera prematura y dejó a Nervo con el corazón partido.

Jamlet se puso nostálgico al recordar esa historia y la poesía del nacido en Tepic, también sus funerales marítimos y los seis meses en los que desde Uruguay, pasando por Brasil, República Dominicana y Cuba, su cuerpo recibió innumerables homenajes…  por eso quiso recomendarles estos diez poemas que no pueden dejar de leer:

 

Amiga, mi larario está vacío…

Amiga, mi larario está vacío:

desde que el fuego del hogar no arde,

nuestros dioses huyeron ante el frío;

hoy preside en sus tronos el hastío

las nupcias del silencio y de la tarde.

 

El tiempo destructor no en vano pasa;

los aleros del patio están en ruinas;

ya no forman allí su leve casa,

con paredes convexas de argamasa

y tapiz del plumón, las golondrinas.

 

¡Qué silencio el del piano! Su gemido

ya no vibra en los ámbitos desiertos;

los nocturnos y scherzos han huido…

¡Pobre jaula sin aves! ¡Pobre nido!

¡Misterioso ataúd de trinos muertos!

 

¡Ah, si vieras tu huerto! Ya no hay rosas,

ni lirios, ni libélulas de seda,

ni cocuyos de luz, ni mariposas…

Tiemblan las ramas del rosal, medrosas;

el viento sopla, la hojarasca rueda.

 

Amiga, tu mansión está desierta;

el musgo verdinegro que decora

los dinteles ruinosos de la puerta,

parece una inscripción que dice: ¡Muerta!

El cierzo pasa, y suspirando: ¡Llora!

 

***

 

Autobiografía

 

¿Versos autobiográficos ? Ahí están mis canciones,

allí están mis poemas: yo, como las naciones

venturosas, y a ejemplo de la mujer honrada,

no tengo historia: nunca me ha sucedido nada,

¡oh, noble amiga ignota!, que pudiera contarte.

 

Allá en mis años mozos adiviné del Arte

la armonía y el ritmo, caros al musageta,

y, pudiendo ser rico, preferí ser poeta.

-¿Y después?

                 

                -He sufrido, como todos, y he amado.

 

¿Mucho?

 

             -Lo suficiente para ser perdonado…

 

***

Cobardía

Pasó con su madre. ¡Qué rara belleza!

¡Qué rubios cabellos de trigo garzul!

¡Qué ritmo en el paso! ¡Qué innata realeza

de porte! ¡Qué formas bajo el fino tul…!

Pasó con su madre. Volvió la cabeza:

¡me clavó muy hondo su mirar azul!

Quedé como en éxtasis…

Con febril premura,

«¡Síguela!», gritaron cuerpo y alma al par.

…Pero tuve miedo de amar con locura,

de abrir mis heridas, que suelen sangrar,

¡y no obstante toda mi sed de ternura,

cerrando los ojos, la deje pasar!

 

***

Después

 

Te odio con el odio de la ilusión marchita:

¡Retírate! He bebido tu cáliz, y por eso

mis labios ya no saben dónde poner su beso;

mi carne, atormentada de goces, muere ahíta.

 

Safo, Crisis, Aspasia, Magdalena, Afrodita,

cuanto he querido fuiste para mi afán avieso.

¿En dónde hallar espasmos, en dónde hallar exceso

que al punto no me brinde tu perversión maldita?

 

¡Aléjate! Me invaden vergüenzas dolorosas,

sonrojos indecibles del mal, rencores francos,

al ver temblar la fiebre sobre tus senos rosas.

 

No quiero más que vibre la lira de tus flancos:

déjame solo y triste llorar por mis gloriosas

virginidades muertas entre tus muslos blancos.

 

***

El celaje

¿Adónde fuiste, Amor, adónde fuiste?

Se extinguió en el poniente el manso fuego,

y tú, que me decías: «hasta luego,

volveré por la noche»… ¡no volviste!

 

¿En qué zarzas tu pie divino heriste?

¿Qué muro cruel te ensordeció a mi ruego?

¿Qué nieve supo congelar tu apego

y a tu memoria hurtar mi imagen triste?

 

…Amor, ¡ya no vendrás! En vano, ansioso,

de mi balcón atalayando vivo

el campo verde y el confín brumoso;

 

y me finge un celaje fugitivo

nave de luz en que, al final reposo,

va tu dulce fantasma pensativo.

 

***

El día que me quieras tendrá más luz que junio…

El día que me quieras tendrá más luz que junio;

la noche que me quieras será de plenilunio,

con notas de Beethoven vibrando en cada rayo

sus inefables cosas,

y habrá juntas más rosas

que en todo el mes de mayo.

 

Las fuentes cristalinas

irán por las laderas

saltando cristalinas

el día que me quieras.

 

El día que me quieras, los sotos escondidos

resonarán arpegios nunca jamás oídos.

Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras

que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras.

 

Cogidas de la mano cual rubias hermanitas,

luciendo golas cándidas, irán las margaritas

por montes y praderas,

delante de tus pasos, el día que me quieras…

Y si deshojas una, te dirá su inocente

postrer pétalo blanco: ¡Apasionadamente!

 

Al reventar el alba del día que me quieras,

tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras,

y en el estanque, nido de gérmenes ignotos,

florecerán las místicas corolas de los lotos.

 

El día que me quieras será cada celaje

ala maravillosa; cada arrebol, miraje

de «Las Mil y una Noches»; cada brisa un cantar,

cada árbol una lira, cada monte un altar.

 

El día que me quieras, para nosotros dos

cabrá en un solo beso la beatitud de Dios.

 

***

 

El retorno

«Vivir sin tus caricias es mucho desamparo;

vivir sin tus palabras es mucha soledad;

vivir sin tu amoroso mirar, ingenuo y claro,

es mucha oscuridad…»

Vuelvo pálida novia, que solías

mi retorno esperar tan de mañana,

con la misma canción que preferías

y la misma ternura de otros días

y el mismo amor de siempre, a tu ventana.

Y elijo para verte, en delicada

complicidad con la Naturaleza,

una tarde como ésta: desmayada

en un lecho de lilas, e impregnada

de cierta aristocrática tristeza.

¡Vuelvo a ti con los dedos enlazados

en actitud de súplica y anhelo

-como siempre-, y mis labios no cansados

de alabarte, y mis ojos obstinados

en ver los tuyos a través del cielo!

Recíbeme tranquila, sin encono,

mostrando el deje suave de una hermana;

murmura un apacible: «Te perdono»,

y déjame dormir con abandono,

en tu noble regazo, hasta mañana….

 

***

 

¡Está bien!

 

Porque contemplo aún albas radiosas

y hay rosas, muchas rosas, muchas rosas

en que tiembla el lucero de Belén,

y hay rosas, muchas rosas, muchas rosas

gracias, ¡está bien!

 

Porque en las tardes, con sutil desmayo,

piadosamente besa el sol mi sien,

y aun la transfigura con su rayo:

gracias, ¡está bien!

 

Porque en las noches una voz me nombra

(¡voz de quien yo me sé!), y hay un edén

escondido en los pliegues de mi sombra:

gracias, ¡está bien!

 

Porque hasta el mal en mí don es del cielo,

pues que, al minarme va, con rudo celo,

desmoronando mi prisión también;

porque se acerca ya mi primer vuelo:

gracias, ¡está bien!

 

***

 

Si Tú me dices: «¡Ven!», lo dejo todo…

Si Tú me dices: «¡Ven!», lo dejo todo…

No volveré siquiera la mirada

para mirar a la mujer amada…

Pero dímelo fuerte, de tal modo

que tu voz, como toque de llamada,

vibre hasta en el más íntimo recodo

del ser, levante el alma de su lodo

y hiera el corazón como una espada.

Si Tú me dices: «¡Ven!», todo lo dejo.

Llegaré a tu santuario casi viejo,

y al fulgor de la luz crepuscular;

mas he de compensarte mi retardo,

difundiéndome, ¡oh Cristo!, como un nardo

de perfume sutil, ante tu altar.

 

***

 

Ven acércate más! El campo umbrío…

 

¡Ven acércate más! El campo umbrío,

el cielo torvo y el ambiente frío,

predisponen el alma a la tristeza.

Ven, apoya en mi hombro tu cabeza;

así, juntos, muy juntos, dueño mío.

 

Hablemos de tu amor; ¡de aquel soñado

amor! Cuando el invierno desolado

reina doquier, y pálidas se ahuyentan

la ilusión y la fe, ¡cómo calientan

los recuerdos benditos del pasado!

 

Ven, acércate más, mi dulce dueño . . .

y en tanto agita con tenaz empeño

la niebla gris su colosal cimera,

sobre nosotros vuelque la Quimera

el ánfora impalpable del Ensueño.

***

Por último, la obra de Nervo se ha convertido también en canciones. La siguiente es una interpretación de Pablo Milanés del poema En paz.

 

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