Para escribir este artículo debo de hacer uso de toda la honestidad que hay en mí y confesar que en realidad no me gusta nada que tenga que ver con Frida Kahlo, y aunque reconozco el valor de su obra, me desagrada ir a los museos donde hay exhibición de sus pinturas, detesto las diademas de flores porque me recuerdan a ella, el Día de la Mujer no utilicé el filtro que Snapchat lanzó para la fecha, no soporto a Lila Downs porque me parece un remedo –mal hecho de la pintora–, no veré nunca la serie que Netflix podría transmitir sobre la artista y Diego Rivera, y jamás utilizaría los emojis de Frida –a la venta en Apple Store en la colección Emoji Art History— que desplazaron los de Kim Kardashian.
Una vez dejando en claro mi aversión por la pintora –que en realidad es aversión a la “Fridomanía”–, doy cuenta de lo que me ocupa en esta ocasión: el libro más reciente de David Martín del Campo, La niña Frida, donde se rinde homenaje a Kahlo a partir de la historia de un niño de 13 años que se quita la vida.
La novela no la he leído, y si ayer me hubieran preguntado si quisiera leerla seguro la respuesta hubiera sido negativa, a no ser que me dieran el contexto completo de la publicación, el cual ahora tengo y por eso puedo decir que muero de ganas por tener el libro en mis manos.
Y es que en éste el autor –que también desprecia el consumismo generado a partir de Frida– narra en una novela policiaca el vínculo entre la niña que fue la pintora y el menor que se inmola en su salón de clases.
Es decir que la novela gira en torno a un gran misterio y se desarrolla en dos épocas diferentes, una donde hay “ladrones de arte que violan sacristías y mansiones que atesoran cuatros de perturbadora obscenidad”, y otra donde hay playeras, gorras, llaveros, plumas, cuadernos y toda clase de objetos de Frida Kahlo. En ambos tiempos el quid es la desvalorización del trabajo artístico a partir de la valorización excesiva –o desviada– del mismo.
Al respecto, David Martín del Campo, refirió en una entrevista para el portal 24-Horas que su novela “es una crítica a la Fridomanía con este fenómeno de comercialización vulgar y banal, porque la gente no sabe quién fue Frida Kahlo”.
Acaso por eso, porque me identifiqué en cierto modo con el autor, me dieron ganas de leer una novela sobre la pintora, la cual más que contribuir a la desmesurado consumismo, busca desmitificar su imagen tal y como la conocemos.
“Frida era militante del Partido Comunista y jamás habría consentido ser un elemento de comercialización y consumismo, en bolsas, playeras o calcetines”, señaló Del Campo, y aunque puede que tenga la razón, aquí no somos tan radicales, porque también hay que reconocer que en esta era postmoderna, todo –absolutamente todo– se vuelve objeto comercial y contra ello hay poco qué hacer.
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