Muchos años antes de que fuera premiada con el premio Nobel de Literatura –convirtiéndose así en la primera mujer latinoamericana en recibir el galardón–, Gabriela Mistral escribía a uno de sus autores más admirados: Rubén Darío, con el fin de obtener su respaldo en el mundo de las letras.
La carta que tiene en sus pequeñas manos la Liebre Lunar data de 1912, cuando Mistral era maestra de un colegio y Darío era director de la revistas parisinas Mundial y Elegancias, donde meses después de recibir la misiva, publicaría algunos poemas de la chilena.
De este modo, la epístola de la semana no es de amor, ni tampoco podríamos decir que de fraternidad. En realidad es una carta inocente, escrita por una mujer talentosa con ansias de debutar en el mundo literario, y frustrada por no poder conocer a su ídolo.
La carta fue enviada al poco tiempo de que Darío cancelara una visita a Chile por razones de salud.
Nuestro grande y nobilísimo poeta:
Soy una que le aguardaba al pie de los Andes para presentarle su devoción y la de sus niñas —discípulas—— que charlan de Ud. familiarmente, después de decir su «Cuento a Margarita» y su «Niña-rosa». Pero Ud. no vino y yo le mando en estas hojas extensas toda aquella cosa pura y fragante que es el querer de cien niñas a un poeta que les hace cuentos como nadie jamás los hizo bajo el cielo!
Poeta: yo, que soy mujer y flaca por lo tanto, y que por ser maestra tengo algo de las abuelas —la chochez— he dado en la debilidad de querer hacer cuentos y estrofas para mis pequeñas. Y las hecho (sic); con rubores lo confieso a Ud. Yo sé que Ud. es tan grande como bueno.
Pretendo —¡pretender es!— que Ud. me lea lo que le remite, a saber, un cuento original. muy mío, y unos versos, propios en absoluto.
Pretendo —¡pretender es!— que si Ud. sonríe con dulzura fraternal leyéndolos haya por ahí núcleos de semillas que dicen algo, una promesilla para el futuro, en «Elegancias» o en «Mundial». Ud. me las publique.
Yo, Rubén, soy una desconocida; yo no público sino desde hace dos meses en nuestros «Sucesos». Yo, maestra, nunca pensé antes en hacer estas cosas que Ud., el mago de la Niña-Rosa, me ha tentado y empujado a que haga. ¡Es Ud. culpable de tantas cosas en el Campo juvenil! ¡Si supiera, si supiera!
Rubén; si Ud. no encuentra en mi cuento y en mis estrofitas sino cosa hueca, hilachas volantes o cosa inútil y vulgar, escríbeme sólo esto en una hoja de papel: malo, malo. Y firmela. Yo, devota de Ud. seguiré siéndolo tanto o más.
Una explicación: Uds. —Ud. y el sr. Guido— dejaron en Chile como encargado de visar las colaboraciones al sr. Maluenda, perfectamente, pero yo no he podido vencer mi injenuo (sic), y tan santo deseo: escribir a Rubén y, directamente, recibir su rechazo.
Con emoción me despido de Ud. y le deseo primavera eterna en su campo de triunfos, en su corazón nobilísimo y en su vida, gloria de nuestra América Latina.
Humildemente,
Lucila Godoy Prof. de Castellano del Liceo de Niñas. Los Andes. 1912.
«Bórquez-Solar —¿Ud. lo conoce?— me ha ofrecido prólogo para mis cuentecillos»
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