Por Jim (@DirectorJim)
¡Saludos, viajeros a lo desconocido! Por boca de ustedes me he enterado que a muchos parece alterarles enormemente la idea del matrimonio. Y aunque supongo que eso no era lo que tenían en mente los rusos (esto se ha puesto muy internacional) cuando decidieron adentrarse en la historia de este extraño rito, seguro los hará pensar dos veces antes de adquirir cualquier compromiso…
¡Qué honestidad la de los rusos! En lugar de romperse la cabeza con algún giro de la trama, optan por contarnos toda la película desde el inicio: así, en su larga secuencia introductoria de época (¿mil ochocientos algo…?), conoceremos a la novia del título, su maldición y hasta sus puntos débiles. ¿No será que éste era el filme que realmente querían hacer pero no les alcanzó el presupuesto?
En fin, damos el obligado salto en el tiempo hasta nuestros días y conocemos a Nastya (Victoria Agalakova), la rubia tonta de ocasión que sólo piensa en su próxima boda con Vanya (Vyacheslav Chepurchenko), fotógrafo proveniente de una familia que lleva décadas dedicándose a dicho oficio, la cual quiere conocer a la joven pareja. Es obvio que algo anda mal, ¡pero qué importa, sólo detengan la música tan melosa!
¿Casa en ruinas? Ajá. ¿Familia rara? Por supuesto. ¿Ambiente rural alejado de la civilización? No podía ser de otra forma, así que mejor acostúmbrense al lugar, que no veremos otra cosa por el resto de la cinta. Si acaso, no’más para darle variedad, habrá un par de flashbacks para desquitar toda la ambientación de época, pero sin decir nada nuevo o que no hayamos deducido ya por nuestra cuenta.
Y aún así, ninguna de estas señales consigue arrancar de la protagonista alguna chispa de lucidez. Vamos, no es que deba ser Sherlock Holmes, pero la cosa raya en que hasta respirar podría olvidársele. Llega un punto de la historia en que Nastya, más que sobrevivir a la mentada novia, debe sobrevivir a su nula inteligencia…
O su esposo, que como personaje no podría ser más anodino (por no decir gris): no posee carácter, todos lo mangonean, sus decisiones y su moral carecen de un fundamento lógico y obedecen únicamente a las necesidades de la trama, y aún con la personalidad y carisma de una piedra, Nastya depende de él para sobrevivir (así de mal está la cosa).
No tiene caso explicarles los poderes de la criatura en cuestión, porque ni los mismos realizadores los tienen claros (o quizá les vale gorro). Basta decir que es una pseudo-llorona empolvada y fea que tuvo la fortuna de enfrentarse a una pareja de peleles, lo que le permitirá regresar en una secuela, pretensión tan forzada por su patético final que termina por ser un insulto al espectador.
¿El veredicto del barquero? “Ni te cases ni te embarques…” Tal vez los rusos le tienen más miedo al matrimonio que el resto del mundo y por ello, no vemos más que una cinta de pésimo gusto, que prefiere abocarse a los clichés y los lugares comunes en lugar de explotar su premisa inicial (y que falsamente te venden en sus avances). Hasta El cadáver de la novia da más miedo que esta cosa.
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