Literatura

Seis poemas del gran poeta cubano Eliseo Diego

Eliseo Diego es uno de los poetas más grandes de América Latina y, casi sin duda, el más grande que ha nacido en la isla.

El escritor y poeta cubano José Lezama Lima dijo, cuando recién leyó la obra de Diego, que era la voz más grande que había leído en Cuba desde hacía mucho tiempo y lo “condenó” a ser la vanguardia de la poesía en su país.

Ganador de una gran cantidad de premios literarios -e integrante de una estirpe de escritores cubanos- Eliseo Diego escribió hasta el día de su muerte.

Jamlet quiere recomendar, en este domingo 2 de julio en el que se cumplen 97 años de su nacimiento, seis poemas del cubano que dijo que la “eternidad por fin comienza un lunes”:

 

Comienza un lunes

La eternidad por fin comienza un lunes

y el día siguiente apenas tiene nombre

y el otro es el oscuro, al abolido.

 

Y en él se apagan todos los murmullos

y aquel rostro qua amábamos se esfuma

y en vano es ya la espera, nadie viene.

 

La eternidad ignora las costumbres,

le da lo mismo rojo que azul tierno,

se inclina al gris, al humo, a la ceniza.

 

Nombre y fecha tú grabas en un mármol,

los roza displicente con el hombro,

ni un montoncillo de amargura deja.

 

Y sin embargo, ves, me aferro al lunes

y al día siguiente doy el nombre tuyo

y con la punta del cigarro escribo

en plena oscuridad: aquí he vivido.

 

***

 

Canción para todas las que eres

No solo el hoy fragante de tus ojos amo

sino a la niña oculta que allá dentro

mira la vastedad del mundo con redondo azoro,

y amo a la extraña gris que me recuerda

en un rincón del tiempo que el invierno ampara.

La multitud de ti, la fuga de tus horas,

amo tus mil imágenes en vuelo

como un bando de pájaros salvajes.

No solo tu domingo breve de delicias

sino también un viernes trágico, quien sabe,

y un sábado de triunfos y de glorias

que no veré yo nunca, pero alabo.

Niña y muchacha y joven ya mujer, tú todas,

colman mi corazón, y en paz las amo.

***

 

Voy a nombrar las cosas…

Voy a nombrar las cosas, los sonoros

altos que ven el festejar del viento,

los portales profundos, las mamparas

cerradas a la sombra y al silencio.

 

Y el interior sagrado, la penumbra

que surcan los oficios polvorientos,

la madera del hombre, la nocturna

madera de mi cuerpo cuando duermo.

 

Y la pobreza del lugar, y el polvo

en que testaron las huellas de mi padre,

sitios de piedra decidida y limpia,

despojados de sombra, siempre iguales.

 

Sin olvidar la compasión del fuego

en la intemperie del solar distante

ni el sacramento gozoso de la lluvia

en el humilde cáliz de mi parque.

 

Ni el estupendo muro, mediodía,

terso y añil e interminable.

 

Con la mirada inmóvil del verano

mi cariño sabrá de las veredas

por donde huyen los ávidos domingos

y regresan, ya lunes, cabizbajos.

 

Y nombraré las cosas, tan despacio

que cuando pierda el Paraíso de mi calle

y mis olvidos me la vuelvan sueño,

pueda llamarla de pronto con el alba.

 

***

 

Testamento

Habiendo llegado al tiempo en que

la penumbra ya no me consuela más

y me apocan los presagios pequeños;

 

habiendo llegado a este tiempo;

 

y como las heces del café

abren de pronto ahora para mí

sus redondas bocas amargas;

 

habiendo llegado a este tiempo;

 

y perdida ya toda esperanza de

algún merecido ascenso, de

ver el manar sereno de la sombra;

 

y no poseyendo más que este tiempo;

 

no poseyendo más, en fin,

que mi memoria de las noches y

su vibrante delicadeza enorme;

 

no poseyendo más

entre cielo y tierra que

mi memoria, que este tiempo;

 

decido hacer mi testamento.

 

Es este:

les dejo

el tiempo, todo el tiempo.

 

***

 

No es más

por selva oscura…

Un poema no es más

que una conversación en la penumbra

del horno viejo, cuando ya

todos se han ido, y cruje

afuera el hondo bosque; un poema

 

no es más que unas palabras

que uno ha querido, y cambian

de sitio con el tiempo, y ya

no son más que una mancha,

una esperanza indecible;

 

un poema no es más

que la felicidad, que una conversación

en la penumbra, que todo

cuanto se ha ido, y ya

es silencio.

 

***

 

El general a veces nos decía…

El General a veces nos decía

extendiendo sus manos transparentes:

«así fue que lo vimos aquel día

en la tranquila lluvia indiferente

 

sobre el negro caballo memorable».

Suavizaba la sombra del alero

su camisa de nieve irreprochable

y el arco duro del perfil severo.

 

Y mientras en el patio de azul fino

cercana renacía la tristeza

del platanal con sus nocturnos roces,

 

más allá de las palmas y el camino,

limpiamente ceñida su pobreza,

pasaban en silencio nuestros dioses.

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