Literatura

Cinco poemas de Jorge Enrique Adoum, el “bendecido” por Neruda

Jamlet quiere hacer una pregunta que espera no incomodar a los lectores y amigos ecuatorianos: ¿cuántos escritores, poetas, dramaturgos ecuatorianos conocen?

Seguramente sus respuestas fueron estas: ninguno o “uno que otro”, sin poder mencionar ningún nombre.

Bueno, pues este 3 de julio, a ocho años de su muerte, este Inculto quiere recomendarles la obra de –quizá– el mejor poeta ecuatoriano hasta ahora: Jorge Enrique Adoum.

Adoum fue, además de escritor, político y diplomático que llevó la cultura de su país a lugares a los que nunca había llegado.

Fue secretario privado de Pablo Neruda, quien dijo que Adoum era “el mejor poeta de América Latina” cuando éste apenas tenía 26 años.

Su obra abarca no solo poesía, sino también obras de teatro y ensayos que marcaron la vida cultural y política de Ecuador.

Amigos jamletianos, la próxima vez que alguien les pregunte ¿cuántos escritores, poetas, dramaturgos ecuatorianos conocen?, ahora ya saben que contestar: “Al más grande… a Adoum”

A continuación, les compartimos cinco poemas de su autoría.

 

Fugaz retorno

 

La cocina estaba todavía salpicada

de harina y oraciones; la nodriza

arropaba al fantasma de la noche,

buscaba el itinerario de las naves

que trajeran de regreso a un vagabundo.

 

Habían enmohecido las imágenes, envejecido

el ruido. En las grandes tinajas

el eco de voces conocidas repetía

la cuenta del dinero. Se hablaba

de adulterios cercanos, de inversiones.

 

«Hay afuera un día de luz, de humana

paz y de manzanas. Hay canciones y avanza

una multitud que vive y crece. De ella

es el reino del futuro. El que sea digno

ahora merecerá ese día y será amado.

Yo sé qué hora es, cómo me llamo, a dónde

voy lleno de orgullo y de noticias.

Y no estaré mucho tiempo entre vosotros».

 

No hubo sacrificio de vino o de cordero.

La madre, entre dos lágrimas severas,

me habló por mi bien, me indicó bondadosa

el buen camino, preguntó si tenía otro sombrero.

Mas mi hermano, el que solía fabricar delgadas

flautas para acompañar el canto de los sembradores

y que aún temía la dureza de la herencia

y la mirada del búho como un sacerdote,

no pudo dormir.

 

                                «Yo quiero merecer

el amor que tú has visto. ¿Cuándo

es la felicidad?»

                               «Mañana».

 

Y corrimos, como dos fugitivos, hasta

la dura orilla donde se deshacían

las estrellas. Los pescadores nos hablaron

de victorias sucesivas en provincias cercanas.

Y nos mojó los pies una espuma del alba,

llena de raíces nuestras y de mundo.

 

***

 

El perseguido

 

¿Es posible que esto sea toda

la historia, solo un día? ¿Una noticia

de ayer, perdida en la penúltima

página, la cotización caída ?

 

Te cobran por la fuerza, los arriendos

vencidos de la tierra, te cobran por las cosas

que tu lámpara hizo agonizar a puro nimbo

y por el corazón y sus jóvenes bestias

que pacen suspirando:

                                              la pólvora, tu amante,

se sacude las manos: «asunto concluido».

 

Ya eres el que ibas a ser, el mismo polvo

del que algo te aliviaba tu cepillo de ropa.

Cumpliré tus encargos, sigo siendo

el que eras. Ave de paso. Animal profético.

 

Salud, ángel de paso, irremediablemente intacto.

 

***

 

Entonces ¿no hay olvido?

 

y no podré jamás confundirme de puerta

y a nunca equivocarme de rostro de tranvía

comenzar el destino en la otra mano

con una llave o un sombrero diferentes

sin recorrer la misma duda y a la misma hora

la misma calle con el mismo pie

 

no entrar de nuevo al cuarto de uno

donde uno se espera y nunca sale

esperando al teléfono llamadas de una voz

que antes se escuchaba con el vientre

noticias de ojalá

el horóscopo para ayer que no acierta tampoco

y se mira crecerle los adioses en la cara

y no hay gillette para el recuerdo

no hay jabón para lo sido lo cernido

de las ruinas de uno mismo argamasa de la edad

como un templo donde ya no sucede nada cierto

y tantas moscas rondándome

simple muñón de ti mi antes

y en la mirada también queda lo sucio de estos dolores

puesto su sucio a remojar a fondo

 

por lo menos con esto me distraigo

me corrijo la vida como debió haber sido

hago cuentas de cuánto debo irme

para no estar conmigo en otra parte

escondiendo analgésicas teorías

olvidando soluciones criminalmente justas

manuscritos de la tempestad al fin y al cabo

con lo demás no hay cómo son las piedras honestas

del que no fui y seguí siendo otras veces

del que quise nacerme sin mancha de pasado

y si remueven un poco me verían debajo

echando una lagrimita por aquello

atónitos con melanosis

santos retorcidos por la sabiduría

equilibristas con espasmo y catalepsia

raquíticos hipertróficos enfisematosos

lánguidos místicos agónicos

esqueletos forrados de pergamino pardo

esqueletos envueltos con mosquitero

dos rodillas recuerdo de otra pierna dos dientes

reliquia de la vieja religión en la mejilla

 

***

 

Las ocupaciones nocturnas

 

Prólogo: Fundación de la ciudad

 

Y ahora en dónde sobre qué vínculo en qué

botín he de apoyar el alma

en qué piedra por favor en qué

ayer. Nadie me dijo que comenzarían

hoy los siglos de la noche. Lunes

de una ciudad sobre la desolación.

 

Aquí hubo una población ya desplumada

su cacique en pedazos. ¿Y el plano

de las destrucciones? ¿Y los solares

que trazó el destrozo?

 

Me voy a inventar una ciudad. Es preciso

fundar un nombre, apenas vísperas

de una capital, como una predicción.

(Yo podría llamarla Imaginada, Abandonada,

Nada.) Solamente un sonido que nadie oye

útil para establecer la propiedad

sobre la duración de los resucitados.

Ah no nacida. Nombrada solo. Solo

viento sin ladrido que ahuyentara

el exceso de muerte. Heme aquí

clavando el estandarte de un ruido solitario

jugando con campanarios dibujando

calles inmemoriales enviando especialistas

en provocar el eco para no sentirme

solamente solo sino muchísimo más solo.

Completando la envoltura oral de una ciudad

que fue y que después ha de habitar

el hijo de quién de quién

sepultado vivo en su armadura

que será estatua viva

de una estatua colérica y velluda.

Volcada. Porque no tuvo tiempo todavía

para las acomodaciones nuevas del amor.

 

***

 

Resumen de la infancia

 

Ante todo, es preciso ordenar la infancia

como un país disperso, hallar las fechas

de su límite: la dulce iniciación

en la desobediencia, la cerradura

que por necesidad puse a mi alcoba

o la primera mujer que se guardó la noche

entre sus telas estériles, sus párpados.

 

Y descubrí de pronto que nadie compartía

mis costumbres: la muerte había entrado

antiguamente al patio, a la bodega,

y yo crecía sobre un osario familiar.

No sé por qué, porque sí, por pura

gana, cambié las órdenes para la cena,

el sitio de los adornos, el precio

de las plumas; odié el muro

que cercaba la viña y el camino de orina

a los establos. Y ya no pude vivir más,

no podía establecer mi edad, mi oficio,

destruir la seguridad de cada día

o levantar los párpados hacia la luz

de afuera: un hombre pasaba sin llorar

bajo la lluvia, las aldeanas

completaban su cuerpo entre la hierba,

pero debía conservar la herencia intacta,

conocer los secretos del ganado,

calcular la distancia entre mi seca

seguridad y la aventura.

 

                                                Así empecé

a soñar solamente con la llave,

con la bahía donde nadie hubiera

a despedirme, con migraciones de pájaros

azules. No era la pegajosa soledad

lo que buscaba sino una familia

diseminada en la distancia, una

hora de paz bajo los árboles, una hoja

sin odio entre mis manos.

 

1 comment on “Cinco poemas de Jorge Enrique Adoum, el “bendecido” por Neruda

  1. Maravilloso poeta.
    Muy buena selección. Se agradece

    Me gusta

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