Si usted está leyendo esto, seguramente lo hace en la comodidad de su casa u oficina; es probable que lo haga a través de un celular o una tableta y ni siquiera le pasa por la mente qué sucedería si perdiera esas comodidades, esos pequeños lujos.
Tampoco debe imaginar qué es lo que significa vivir en un país donde el régimen que gobierna no lo deja decidir sobre cosas tan básicas como qué leer en los diarios, qué ver en la televisión, qué comer, de qué vivir o, en un extremo, incluso qué pensar.
Y está bien que no lo haga. Este texto no pretende convertirse en un regaño lleno de palabras o en un condenatorio donde esos pequeños lujos sean cuestionados. Este texto intenta ser, en todo caso, una reflexión provocada por el libro más reciente del periodista y escritor cubano Rubén Cortés: Los nómadas de la noche. Cuba después de Castro.
El libro, escrito y publicado después de la muerte de Fidel Castro, es un retrato de la añoranza, de la tristeza y la nostalgia por la tierra; la melancolía por el hogar y todo lo que uno deja atrás obligado por las circunstancias, en este caso políticas e ideológicas.
Cortés –quien también publica una columna diaria en el diario La Razón-– escribió este libro en una sentada “para no olvidar”, para no dejar que los años y el olvido le ganen al recuerdo de los suyos: de sus padres y sus abuelos a quienes “el gobierno de Fidel Castro les señaló dónde trabajar, dónde y qué estudiar”, pero también “en qué clínica nacer, en cuál funeraria ser despedidos y en cuál cementerio ser enterrados”.
Ya lo dijo el francés Guy de Maupassant: “nuestra memoria es un mundo más perfecto que el universo: le devuelve la vida a los que no la tienen”… y el autor de Los nómadas de la noche hace precisamente eso en su libro de 87 páginas editado por Cal y Arena: regresa a la vida a los suyos y a todos los amigos y conocidos que murieron en Cuba bajo el régimen castrista, pero también a todos aquellos que tuvieron que salir del país y que nunca más pudieron volver al lugar que los vio nacer.
El libro es, además, una ventana donde muchos otros países y ciudadanos pueden mirar; porque Cortés documenta –con una gran memoria periodística– que la isla es un lugar en el mundo donde pensar distinto te cuesta la vida, donde tener otras preferencias sexuales te lleva a “campos de concentración” donde “el trabajo te hará hombre”, o donde “las masas se dejan arrastrar y sus integrantes se convierten en verdugos voluntarios que se divierten con la desgracias de los otros” y donde tus colegas o amigos son capaces de denunciarte porque recibiste dos sacos de un corresponsal extranjero que vio y supo que un cubano solo puede tener dos camisas al año, si bien le va.
Cierto es que el libro de Rubén Cortés, como testimonio, puede ser incómodo para todos aquellos que aún siguen creyendo en la llamada Revolución Cubana, pero es un buen síntoma saber que en nuestro país se pueden escribir y publicar estos libros que invitan al debate, a la reflexión e incluso al enojo.
Es por eso que Los nómadas de la noche es un libro necesario para entender el exilio. Es un texto obligado para todos los que en este país, en América Latina y en el mundo creen y defienden los valores democráticos, porque ya lo dijo –y lo dijo bien– el poeta Salvador Espriu: “En ocasiones es preciso que un hombre muera para que viva todo un pueblo, pero nunca que un pueblo muera para que sobreviva un solo hombre”.

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