Antes de condenarla a muerte, Enrique VIII estuvo perdidamente enamorado de Ana Bolena, a quien muchos consideraban poseedora de una belleza exótica, una inteligencia sin par y un carisma que la hacía encantadora.
Por ese motivo, el rey tudor quedó encantado con la muchacha e hizo todo lo que estuvo a su alcance para convencerla primero de ser su amante, y más tarde convertirla en su esposa.
En la siguiente carta –que llegó hace días a las manos de la #LiebreLunar– podemos darnos cuenta de que el monarca lograba lo que se proponía, pues primero hizo de Bolena su mujer porque la amaba, y más tarde ordenó su ejecución –porque no logró darle un hijo varón y ya tenía a otra joven en la mira–.
“Meditando acerca del contenido de vuestras últimas cartas, me veo acosado por mil pensamientos torturadores y sin saber a qué atenerme, ya que en unas frases creo descubrir una satisfacción y en otras todo lo contrario. Yo os ruego encarecidamente me digáis cuáles son vuestras intenciones respecto del amor que existe entre los dos.
Necesito a toda costa una respuesta, ya que llevo un año herido por el dardo de vuestro cariño y sin tener aún la seguridad de si hallaré o dejaré de hallar un lugar en vuestro corazón y afecto.
Esta incertidumbre me ha privado últimamente del placer de llamaros dueña mía, ya que no me profesáis más que un cariño común y corriente; pero si estáis dispuesta a cumplir los deberes de una amante fiel, entregándoos en cuerpo y alma a este leal servidor vuestro, si vuestro rigor no me lo prohíbe, yo os prometo que recibiréis no sólo el nombre de dueña mía, sino que apartaré de mi lado a cuantas hasta ahora han compartido con vos mis pensamientos y mi afecto y me dedicaré a serviros a vos sola.
Rendidamente suplico una contestación para esta mi carta, pues anhelo saber hasta dónde y para qué puedo contar con vos.
Si no os fuera grato contestar por escrito, indicadme algún lugar donde pueda recibir la respuesta de palabra, y yo acudiré con todo mi corazón.
No sigo por temor a cansaros.
Escrito de mano de quien no desea ser sino vuestro,
E. Rex.
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