El poeta, periodista y diplomático José Juan Tablada fue un innovador y un punto de quiebre para la cultura y la labor literaria en nuestro país y América Latina.
Tablada vivió mucho tiempo fuera de México… y Nueva York se convirtió, durante una buena parte de su vida, en su lugar de residencia más habitual.
Sin embargo, hubo dos lugares que los marcaron para siempre: Francia y Japón. Ahí, el poeta aprendió y desarrolló buena parte de su estilo. De Japón obtuvo la mística y se enamoró de los haikús que más tarde traería a este lado del Atlántico.
Tablada es el padre de la poesía moderna mexicana y a él le debemos que artistas y escritores como Ramón López Velarde, Orozco y Rivera pudieran desarrollar y explotar su talento.
Para demostrar la maestría de Tablada, Jamlet escogió estos seis poemas que seguro lograrán que ustedes quieran leer más poemas de este autor.
En el parque
Un último sonrojo murió sobre tu frente…
Caíste sobre el césped; la tarde sucumbía,
Venus en el brumoso confín aparecía
y rimando tus ansias sollozaba la fuente.
¿Viste acaso aquel lirio y cómo deshacía
una a una sus hojas en la turbia corriente,
cuando al eco obstinado de mi súplica ardiente
respondiste anegando tu mirada en la mía?
Ya en la actitud rendida que la caricia invoca,
en la grama tendiste tus blancos brazos flojos
rendida ante los ruegos de mi palabra loca.
Y yo sobre tu cuerpo cayendo al fin de hinojos,
miré todas las rosas sangrando entre tu boca
¡y todas las estrellas bajando hasta tus ojos!
***
El ruiseñor
Bajo el celeste pavor
delira por la única estrella
el cántico del ruiseñor.
***
Identidad
Lágrimas que vertía
la prostituta negra,
blancas…, ¡como las mías…!
***
Mujer hecha pedazos
En la morgue del ensueño
pertinaz ilusión refrigera
entre prismas de hielo,
bocas pintadas,
palabras pintadas,
ojos azules,
miradas celestiales
de mujeres telescopiadas
en catástrofes de recuerdos.
Hembra triangulizada
más acá de la cuarta dimensión
entre un mañana y un ayer
y una múltiple intersección.
Sus pies trotamundos
vislumbran mis temores de reojo,
en tremedales profundos,
cuña de bermellón el tacón rojo.
Mientras miran de soslayo
sus ojos de niño en la cuna
con influencias maléficas de rayo
de luna.
El espeso carmín de los labios
tapió un ansia de comulgar
y avivó en ellos los resabios
de besar y de suspirar.
De su espíritu la penuria
resplandece y se aladiniza,
cuando sus lágrimas irisa
recóndito ardor de lujuria
bajo un antifaz de sonrisa.
Sólo ella filaba esa nota
que como suspiro brota,
tiembla en ansia entrecortada
y en un sollozo por fin rota,
se astilla en una carcajada…
La llama de la hoguera de Thaís
crepita una canción de París,
con fuego sobre el caos rubrica
la cadera de cierta chica,
suspira un hipo de pasión
y, boca llena de pavesas
y de sangre del corazón,
tú, mi propia vida, bostezas
como un horno de cremación…
***
Vuelos
Juntos, en la tarde tranquila
vuelan notas de Ángelus,
murciélagos y golondrinas.
***
Tríptico sentimental
Loro idéntico al de mi abuela,
funambulesca voz de la cocina
del corredor y de la azotehuela.
No bien el sol ilumina,
lanza el loro su grito
y su áspera canción
con el asombro del gorrión
que sólo canta El josefito…
De la cocinera se mofa
colérico y gutural,
y de paso apostrofa
a la olla del nixtamal.
Cuando pisándose los pies
el loro cruza el suelo de ladrillo
del gato negro hecho un ovillo,
el ojo de ámbar lo mira
y un azufre diabólico recela
contra ese íncubo verde y amarillo,
¡la pesadilla de su duermevela!
¡Mas de civilización un tesoro
hay en la voz
de este super-Ioro
de 1922!
Finge del aeroplano el ron-ron
y la estridencia del klaxón…
Y ahogar quisiera con su batahola
la música rival de la victrola…
En breve teatro proyector de oro,
de las vigas al suelo, la cocina
cruza un rayo solar de esquina a esquina
y afoca y nimba al importante loro…
Pero a veces, cuando lanza el jilguero
la canción de la selva en abril,
el súbito silencio del loro parlero
y su absorta mirada de perfil,
recelan una melancolía
indigna de su plumaje verde…
¡Tal vez el gran bosque recuerde
y la cóncava selva sombría!
¡En tregua con la cocinera
cesa su algarabía chocarrera,
tórnase hosco y salvaje…
¡El loro es sólo un gajo de follaje
con un poco de sol en la mollera!
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