Los divagues mentales se le dan bien a Sergio. La mayoría de las veces no llega a nada lógico o trascendente y este fin de semana no fue la excepción. Sin embargo, el sábado por la noche, mientras divagaba en su cama, Sergio se preguntó por qué le gustaban canciones de reguetón y por qué a veces le daba penita decir que Don Omar vive en un espacio reservado de su corazón. Ya lo dijo la poeta Shakira en una de sus obras: las caderas no mienten y por más que lo niegue, cuando suena Danza Kuduro, Atrévete-te-te, Picky o Felices los 4, las caderas reconocen el ritmo y se mandan por sí solas. Sergio es una persona reservada, muchas veces hasta seria, pero no le pongan reguetón del viejito (y algunas del nuevo) porque lo pierden; el perreo se le da bien padre y sale el demonio que lleva dentro. Debe existir alguna razón científica que explique este comportamiento. No, seguro no hay un gen del reguetón, de lo contrario podría culpar a sus inmaculados padres, pero la forma en que asimilamos y procesamos la música seguro sí tiene algo que ver.
Diversas hipótesis afirman que el ser humano aprendió primero a escuchar música y después a hablar. Incluso, lo melódico o no de los sonidos fueron adquiridos por diversas lenguas alrededor del mundo. Asimismo, se sabe que escuchar música afecta a un conjunto de complejos sistemas en el cerebro, tales como sistemas asociados con el procesamiento sensorio-motor, así como elementos funcionales implicados en la memoria, cognición y emoción o fluctuación del estado de ánimo; lo que explica que una rola nos genere emoción y desenfreno y otra nos hunda en la nostalgia. Diversas investigaciones en muchas áreas de estudio (neurociencias, artes, música, estética, hasta filosofía) han llegado a dos conclusiones básicas sobre la música. La primera afirma que de todas las manifestaciones artísticas, la música es la que consigue la estimulación más ávida en el cerebro para activar nuestras emociones, esto de una forma más inmediata e incontrolable; es decir, la música es capaz de activar redes neuronales de forma más compleja y a la vez específica para producir algún sentimiento en los humanos. La segunda conclusión se refiere a que, al parecer, el gusto por la música puede ser algo innato, a diferencia del conocimiento musical que se puede aprender.

Bajo estas dos premisas es que muchas investigaciones han tratado de esclarecer si preferir un tipo de música u otro tiene implicaciones en los circuitos que se activan en nuestro cerebro. Además, una de las preguntas neurocientíficas más desafiantes que rodean el fenómeno de las preferencias musicales trata de cómo escuchar diferentes tipos de música puede conectar los mismos sistemas cerebrales asociados con pensamientos y recuerdos; es decir, cómo es que se activan los mismos circuitos por distintos tipos de música, lo que respondería por qué La Gasolina, Gangnam Style, o Another Brick in the Wall pueden provocar el mismo sentimiento en distintas personas. Uno de muchos trabajos del área, realizado por la Dra. Robin W. Wilkins de la Universidad de Carolina del Norte, se enfocó en tratar de responder esta pregunta mediante el análisis de redes cerebrales. Los participantes escucharon canciones de música clásica, country, rap, rock, ópera China y alguna otra canción que fuera favorita de los sujetos de estudio y al escucharlas se iban construyendo las redes que se activaban en el cerebro. El estudio mostró que un circuito importante para los pensamientos enfocados internamente, conocido como la red de modo predeterminado, estaba más conectado al escuchar la música preferida. También se mostró que escuchar una canción favorita altera la conectividad entre las áreas cerebrales auditivas y el hipocampo, una región responsable de la consolidación de la memoria y la estimulación de las emociones sociales. Es por esto que ya no es necesario escuchar una canción de forma completa o con su letra, porque el propio sonido de la canción puede provocar recuerdos y estimular regiones cerebrales que nos dan un sentimiento de felicidad.

Está claro que las preferencias musicales son fenómenos individualizados y que la música puede variar en complejidad acústica y la presencia o ausencia de letras. Pero ya sea que nos guste la música clásica, la cumbia, las rancheras o el reguetón, los estados que se activan en las redes cerebrales son los mismos y únicamente dependen de si la música nos agrada o no. Al parecer no existen redes más o menos complejas que se activen de acuerdo a un género musical, por lo que si nos gusta escuchar la 9ª sinfonía de Beethoven o Sin Contrato de Maluma esto es indistinto, ya que provoca el mismo efecto en las redes de nuestro cerebro. Ojo, Sergio no está comparando la complejidad musical, eso se lo deja a los rifados que estudian el tema, sólo que probablemente el ego hípster por escuchar un tipo de música que consideramos selecta, al menos por redes de nuestro cerebro, está injustificado.
Aunado a estas conclusiones, otro trabajo publicado el año pasado en la revista Nature concluye lo que muchos seguro suponemos: nuestras preferencias por cierto género musical dependen más de la exposición a un determinado estilo musical que de un rasgo inherente al sistema auditivo; es decir, no naces teniendo “oído” para un tipo de música, sino el gusto y conocimiento musical lo vas formando con lo que relacionas cultural y socialmente como atractivo. Debido a esto, si Sergio se prende con una rola de Arcade Fire (su banda favorita) o de David Bowie es porque seguramente esas canciones las asocia con momentos gratos, de la misma forma que baila harto cuando suena Dancing Queen en uno de sus lugares preferidos de la ciudad. Sergio no quisiera irse sin mencionar otros estudios sobre el tema que han afirmado (falsamente justificando como “científico” el hecho) que el coeficiente intelectual está relacionado con el gusto musical. Lejos de debatir las razones por las cuales estos estudios son una mala (y clasista) broma, Sergio sólo quiere hacer énfasis en que no hay nada de cierto en que escuchar Beethoven o Jazz está relacionado con gente más inteligente, o lo contrario, que el reguetón y el pop sea propio de gente “menos” capaz. Estudios de este tipo sólo hacen que la gente siga sintiéndose superior por motivos que nunca estarán fundamentados.
Como Sergio ya se estaba poniendo de chairo, es mejor que cambie de tema y termine su aportación de la semana. Para concluir, existen muchas críticas contra el reguetón y otros géneros, y pues sí, a veces los críticos tienen razón, sobre todo por el tipo de letras (algunas veces misóginas) que manejan, pero otras críticas enfocadas en la forma de bailar, como el perreo o el twerking, a Sergio se le hacen injustificadas, porque no nos engañemos, otros bailes “aceptados socialmente” como La Macarena, Lambada o el Payaso de Rodeo no son una obra de arte que digamos, no son lo más estético que hayamos visto en la vida ni mucho menos estos bailes están cercanos a una coreografía digna del Lago de los Cisnes. Así que Sergio sigue la filosofía de un meme que vio hace tiempo y no deja de bailar una cumbia o un reguetón sabroso por el simple hecho de quererse sentir el rockerillo. Ya se acerca el viernes y Sergio mejor se va a trabajar para que le dé tiempo de ir a quemar la pista con sus dos pies izquierdos este fin de semana. ¡Hasta pronto!
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