Jamlet sigue acongojado por el sismo y todas las muestras de amor y solidaridad de los últimos días.
Y también recuerda cómo es que la poesía ha sido un alivio para muchos de los mexicanos que tuvieron miedo durante y después del terremoto. No puede olvidar las miles de veces que vio compartido los poemas de José Emilio Pacheco y Juan Villoro en redes sociales, y todas las muestras de amor alrededor de ambos textos.
Por esa razón, Jamlet decidió echarse un clavado en sus libros –que por cierto se cayeron de su librero durante el temblor– para elegir los siguientes siete poemas de cinco grandes escritores mexicanos que nos recuerdan que la poesía cura.
Y es que como ya lo dijo Fernando Savater en una entrevista reciente: “Los libros son como las medicinas… hay que consumirlos según lo que le duela a uno”.
José Revueltas
El tiempo y el número
CAEN las cosas, dejan de ser, desaparecen
y algo las detiene en su propia sombra,
donde quedan, apagadas, vivas nada más
por el impulso de permanecer sin ser ya nada.
El amo mismo es una cosa
sobre la cual se enciman nuevas cosas
cada vez, un palimpsesto donde los
recuerdo son distintos a lo que recuerdan
y parecen bellos sin haberlo sido
porque la muerte los retoca con la compasión
y los disfraza de encuentros que no fueron
pero deben parecernos puros, para que el presente
nos acoja sin demasiada pena
y no nos arrebate el último pan.
Llegará ese día en que ya no tengamos
el cuerpo disponible y en que todo
lo pasado no sea sino un largo vacío,
montones de palabras dichas de otro modo
y lejanas voces, pensamientos y sombras
indiferentes y extranjeras.
Todo ello vuelto a ser en nuestra nada
vencida, nombres sin cuerpo
con los que intentaremos recubrir
una sorda vida distante y acabada
en la que fuimos nosotros mismos
otra cosa también.
Para El tiempo y el número
(Esquema para una prosa)
***
Xavier Villaurrutia
Epitafios
I
(J.C.)
Agucé la razón
tanto, que oscura
fue para los demás
mi vida, mi pasión
y mi locura.
Dicen que he muerto.
No moriré jamás:
¡estoy despierto!
II
Duerme aquí, silencioso e ignorado,
el que en vida vivió mil y una muertes.
Nada quieras saber de mi pasado.
Despertar es morir. ¡No me despiertes!
***
Fonógrafos
El silencio nos ha estrujado,
inútiles, en los rincones.
Y nos roe
un retrato,
una palabra,
una nota.
El presente y el futuro
Los inventaron
Para que no lloráramos…
Y el corazón,
el corazón de mica
–sin diástole ni sístole–
enloquece bajo la aguja
y sangra en gritos
su pasado.
***
Mudanza
El agua, sin quehacer,
se hastía.
La nube, de viajar,
se cansa.
Y el monte bien quisiera
en el río, desnudo,
bañarse.
El camino, el camino
no quisiera llevarnos
a la casa.
¡Otra vida! ¡Otra vida!
Por eso el sol
Se entra por los resquicios
Y, en la mañana,
Copia nuestras camas.
Por eso las nubes se exprimen…
Y por eso crujen los muebles,
Y por eso se inclinan los cuadros.
¡Otra vida! ¡Otra vida!
Hagamos sitio a nuevos huéspedes:
echemos la casa por la ventana.
***
Jaime García Terrés
Arquitecturas íntimas
Hay poemas edificados
en una sola tarde
sin mayor problema
porque rotundos brotan a la luz vespertina
como microcosmos totales,
hechos
y derechos,
don ágil de la musa.
Otros en cambio piden años
enteros de labor dispersa:
borradores innúmeros
tras investigaciones
minuciosas en muy diversos climas.
Pero nada sabemos,
cualesquiera que sean
los casos,
del temblor oculto;
nada nuevo
logramos aprender de los caminos,
más breves o más largos;
que conducen el sueño a su cabal destino
abriéndonos los ojos ante su pericia.
***
Homero Aridjis
Poema de amor en la ciudad de México
En este valle rodeado de montañas había un lago,
y en medio del lago una ciudad,
donde un águila desgarraba una serpiente
sobre una planta espinosa de la tierra.
Una mañana llegaron hombres barbados a caballo
y arrasaron los templos de los dioses,
los palacios, los muros, los panteones,
y cegaron las acequias y las fuentes.
Sobre sus ruinas, con sus mismas piedras
los vencidos construyeron las casas de los vencedores,
erigieron las iglesias de su Dios, y las calles
por las que corrieron los días hacia su olvido.
Siglos después, las multitudes la conquistaron de nuevo,
subieron a los cerros, bajaron a las barrancas,
entubaron los ríos, talaron árboles,
y la ciudad comenzó a morir de sed.
Una tarde, por una avenida multitudinaria, una mujer
vino hacia a mí,
y toda la noche y todo el día
anduvimos las calles sin nombre, los barrios desfigurados
de México-Tenochtitlán-Distrito Federal.
Entre paquetes humanos y embotellamientos de coches,
por plazas, mercados y hoteles,
conocimos nuestros cuerpos,
hicimos de los dos un cuerpo.
Cuando ella se fue, la ciudad se quedó sola,
con sus muchedumbres,
su lago desecado, su cielo de nebluno
y sus montañas invisibles.
***
Rubén Bonifaz Nuño
Sólo temblor ardiente, encandilando…
Sólo temblor ardiente, encandilando
hasta el hueso orbital de la mirada,
llamarada de pronto, las paredes
fueron que me guardaban; y en el aire
sólo espiga de pájaros mi torre.
Parado al descubierto estoy, en medio
de lo que fue la calle, en arrasado
territorio de vida -ya ceniza,
ya viento, ya vacío, ya camino
sin comenzar, hacia los cuatro lados
infinitos del círculo-.
Con la sed soñolienta del minero
descenso radical, con el anfibio
lento acuático vuelo
del nadador profundo, alucinado
tras el pez de su rostro.
Y si pregunto, no sé contestarme
en qué estación de trenes, por vez última,
no te encontré; qué instante ya caduco
era para nosotros; conducida
por qué veloz ventana miras; dónde,
ya de espaldas a mí, me estás buscando,
mientras quedé de espaldas al buscarte.
Amiga, si tan sólo fuera
dormir y verte, amiga de aquel tiempo.
Venir al sitio de lo tuyo,
al terror de no hallarte, a mis entrañas;
al sospechoso tránsito sonoro
como de pasos tuyos en tu alcoba,
al olor de tu armario, a tus vestidos
muertos o tus zapatos bostezando.
Y memorias molares desfiguran
el insustituible pan celeste,
y el golpe me despierta: la implacable
cerrazón ominosa
del zaguán de salida que me abriste.
Ámbito de la cita a que no llegas;
la cita a la que acaso vas llegando
cuando ya no te espero. Hemos perdido
otra ocasión para morirnos juntos.
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