Literatura

La declaración de amor y odio a la CDMX

Cuando llegas, rezumando delicia, / calles recién lavadas / y edificios-cristales, / pensamos en la recia tristeza del subsuelo, / en lo que tienen de agonía los lagos / y los ríos…

Así rezan algunos versos de la “Declaración de Amor” que hizo el guanajuatense Efraín Huerta a la Ciudad de México, y vinieron a la memoria de este cerdo inculto mientras leía el artículo que recién publicó Juan Pablo Becerra-Acosta: “Mi peligrosa #CdMx: creo que aquí moriré…”, y es que nadie mejor que “el gran Cocodrilo” para expresar eso de lo que habla el columnista de Milenio: el amor y el odio que cualquier habitante de esta urbe llega a sentir por la misma.

Sin más por agregar, los dejamos con las palabras que Huerta escribió para hablar sobre el Distrito Federal, ese Distrito Federal que también inspiró a Chava Flores hace décadas y al ya fallecido Carlos Fuentes… Aquel del que, después del 19 de septiembre, muchos quieren escapar, pero en el que permaneceremos la mayoría tal vez por masoquismo o simplemente porque no tenemos otro sitio a donde ir…

 

DECLARACIÓN DE AMOR

 

Ciudad que llevas dentro

mi corazón, mi pena,

la desgracia verdosa

de los hombres del alba,

mil voces descompuestas

por el frío y el hambre.

 

Ciudad que lloras, mía,

maternal, dolorosa,

bella como camelia

y triste como lágrima,

mírame con tus ojos

de tezontle y granito,

caminar por tus calles

como sombra o neblina.

 

Soy el llanto invisible

de millares de hombres.

 

Soy la ronca miseria,

la gris melancolía,

el fastidio hecho carne.

Yo soy mi corazón desamparado y negro.

 

Ciudad, invernadero,

gruta despedazada.

 

Bajo tu sombra, el viento del invierno

es una lluvia triste, y los hombres, amor,

son cuerpos gemidores, olas

quebrándose a los pies de las mujeres

en un largo momento de abandono

-como nardos pudriéndose.

 

Es la hora del sueño, de los labios resecos,

de los cabellos lacios y el vivir sin remedio.

 

Pero si el viento norte una mañana,

una mañana larga, una selva,

me entregara el corazón desecho

del alba verdadera, ¿imaginas, ciudad,

el dolor de las manos y el grito brusco, inmenso,

de una tierra sin vida?

Porque yo creo que el corazón del alba

en un millón de flores,

el correr de la sangre

o tu cuerpo, ciudad, sin huesos ni miseria.

 

Los hombres que te odian no comprenden

cómo eres pura, amplia,

rojiza, cariñosa, ciudad mía;

cómo te entregas, lenta,

a los niños que ríen,

a los hombres que aman claras hembras

de sonrisa despierta y fresco pensamiento,

a los pájaros que viven limpiamente

en tus jardines como axilas,

a los perros nocturnos

cuyos ladridos son mares de fiebre,

a los gatos, tigrillos por el día,

serpientes en la noche,

blandos peces al alba;

cómo te das, mujer de mil abrazos,

a nosotros, tus tímidos amantes:

cuando te desnudamos, se diría

que una cascada nace del silencio

donde habitan la piel de los crepúsculos,

las tibias lágrimas de los relojes,

las monedas perdidas,

los días menos pensados

y las naranjas vírgenes.

 

Cuando llegas, rezumando delicia,

calles recién lavadas

y edificios-cristales,

pensamos en la recia tristeza del subsuelo,

en lo que tienen de agonía los lagos

y los ríos,

en los campos enfermos de amapolas,

en las montañas erizadas de espinas,

en esas playas largas

donde apenas la espuma

es un pobre animal inofensivo,

o en las costas de piedra

tan cínicas y bravas como leonas;

pensamos en el fondo del mar

y en sus bosques de helechos,

en la superficie del mar

con barcos casi locos,

en lo alto del mar

con pájaros idiotas.

 

Yo pienso en mi mujer:

en su sonrisa cuando duerme

y una luz misteriosa la protege,

en sus ojos curiosos cuando el día

es un mármol redondo.

Pienso en ella, ciudad,

y en el futuro nuestro:

en el hijo, en la espiga,

o menos, en el grano de trigo

que será también tuyo,

porque es de tu sangre,

de tus rumores,

de tu ancho corazón de piedra y aire,

de nuestros fríos o tibios,

o quemantes y helados pensamientos,

humildades y orgullo, mi ciudad,

 

Mi gran ciudad de México:

el fondo de tu sexo es un criadero

de claras fortalezas,

tu invierno es un engaño

de alfileres y leche,

tus chimeneas enormes

dedos llorando niebla,

tus jardines axilas la única verdad,

tus estaciones campos

de toros acerados,

tus calles cauces duros

para pies varoniles,

tus templos viejos frutos

alimento de ancianas,

tus horas como gritos

de monstruos invisibles,

¡tus rincones con llanto

son las marcas de odio y de saliva

carcomiendo tu pecho de dulzura!

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