El poeta argentino Enrique Molina vivió una serie de experiencias a lo largo de su vida que encajan perfectamente con la descripción imaginaria e idealizada que algunos tienen o tenemos de los poetas y pintores.
Primero fue abogado, pero también tripulante de barcos y viajó a lo largo del Caribe y Europa, sin parar y produciendo sus obras que son catalogadas como surrealistas.
A partir de cero fue la experiencia editorial que compartió con su amigo, el poeta Aldo Pellegrini, y cabe añadir que por esta revista pasaron muchas plumas que se relacionaban con la pasión de Molina: la anarquía del surrealismo.
Para que comprueben su maestría, Jamlet les quiere compartir estos seis poemas:
Amantes antípodas
Itinerarios
Tu cuerpo y el lazo de seda rústica que conduce a las plantaciones
de la costa
al sudor de tu cabellera quemada por las nubes
a los instantes inolvidables
-tantas mutaciones de nómada y de clandestinidad
tantos homenajes a una belleza salvaje
que exige el desorden-
¡oh raza de labios de abandono
hechizada por la vehemencia!
y nuestra fuerza de profundos besos y tormentas
para el infierno de los amantes
hasta volver a su placer fantasma
a su ola de hierro de ayer detrás del mundo!
Aquellos hoteles…
Todas las rampas de la vida cambiante
la velocidad del amor el mágico filtro de la excomunión
la hambrienta luz del desencuentro en nuestras venas de azote
cartas desamparadas antiguas prosas de la noche de los abrazos
y el solitario frenesí de las palmeras
cuando en la ausencia
creciendo hacia mi pecho el fondo de la tierra me devuelve de golpe
todas nuestras caricias
el nudo furioso de la pasión en las negras argollas del tiempo
aquellos moblajes de desvalijamiento y de lluvias
luz de senos en el mar y sus gaviotas y músicas
sobre un altar de desunión con grandes lunas fascinantes sin más
pradera que tus ojos
país incorruptible
país narcótico
con risas del alcohol del viento
y tu pelo sobre mi cara
y las cálidas bestias doradas por el trópico
y el jadeo abrasador de la ola que vuelca en tu corazón su grito
de espasmo y de caída
y de nuevo esos lugares intactos para el sol
y de nuevo esos cuerpos ilesos para el amor
en medio del perezoso meteoro del día
levantando hacia el alma aquel esplendor
los paroxismos el lecho de las dunas y de la corriente con sus besos
en marcha
y las tareas de los amantes mientras la llamarada de la muerte brillaba
alrededor de sus cuerpos
como un afrodisíaco
avivando el deseo
el hambre
¡aquella furia de ayer detrás del mundo!
***
El lugar del principio
La casa está perdida en un jardín
o un jardín esconde en su garganta el hogar que
vivimos,
lenguaje elemental,
laberinto de piedra,
las ramas de los árboles que abrazan
a ese mundo herido en el costado.
A veces el jardín respira y deja ver
esas paredes que alguna vez fueron de luz.
A veces inventan un mundo sin saber
que no se entra jamás,
que hay que permanecer afuera de la Historia.
La casa está perdida en unos ojos que nunca más veré.
La casa está perdida en esa misma casa.
La casa es una pérdida constante
en cualquier jardín.
La casa es un jardín perdido
en el lugar de la memoria.
***
Joven desierto
Cuando llega la noche y solitario torno
a mi grisáceo lecho, como a una madriguera
donde, cual una amante fiel, la desesperanza contra mi pecho sube
con guirnaldas de meses calcinados,
lloro, entre mi espléndida y vana anatomía,
como una rama balanceada por un triste viento,
apenas verdadera entre lujuria y olvido
y la luz que desprenden los contornos del día,
cuya fúlgida barca tanto ha costado despedir
una vez más, una vez más, entre los hombres.
¡Oh, armonía, oh juventud necesaria para el aire!
Solo, entre las sombras que se persiguen como pájaros,
y el son distante del viento en los tejados.
Ya el tiempo es evidente, y en él beben mis venas,
con milenaria sed, a grandes sorbos, sin amparo.
***
Adiós
Un día más, sólo un minuto más, para estar vivo
y despedirme de cuanto amé.
Para decir adiós a las cosas que vi y toqué mientras moría
desde el instante mismo en que nací.
Y vino el niño con el premio que sacó en el colegio por su
sabiduría,
y el ala de la gaviota golpeando en lo infinito con su vuelo,
vino la cabellera derramada y el rostro de la misteriosa
mujer que estuvo a mi lado, en el lecho, sin que yo lo supiera,
y el río con su lenta corriente musculosa
a través de cada mueble, cada objeto y cada gesto
de quien me ve parir, ¡oh Dios mío!
Un instante más aún en el suelo que pisé,
en el aire de mi respiración
sofocada por el amor, en los vestigios de la pasión,
con cuanto -mosca o sol- me deslumbró en este extraño
planeta, donde perdure año tras año, presintiendo
este límite de espumas, este revuelto torbellino
de la despedida, yo, que tanto fui deslumbrado
por centelleante atracción de la tierra,
por cuanto fue caricia o solamente un espejismo del mundo
es mi destino.
Así, pues, despidiéndome de los caballos, de la canoa,
los pájaros, el gato y sus costumbres. Déjame
una vez más mirar las flores y la lluvia. Es éste
el trágico instante en que uno descubre
el delirio misterioso de las cosas, sus raíces secretas,
el instante supremo de decir adiós.
a cuanto se adoró en esta vida.
***
Nada de nostalgia
El que pueda llegar que llegue
Esta es la sal de las partidas
Una perla de amor insomne
Entre manos desconocidas
Lechos de plumas en el viento
Sólo dormimos en los médanos
Thi la gitana del desierto
En la noche del Aduanero
La gitana con una cítara
Un león la huele como a una flor
Es el sueño feroz y tierno
El olfato de la pasión
Alas de nunca y de inconstancia
A través del cielo se filtran
implacables cuerpos amantes
con sus terribles maravillas.
Todas las llaves abren la muerte
Pero la vida nunca se cierra
¡Todas las llaves abren la puerta
Del puro incendio de la tierra!
***
Un oscuro mensaje
Criatura enigmática,
con el anillo verde del reino vegetal
y su respiración de silenciosa sombra,
sin pasiones,
una divinidad indescifrable.
Con su lenta explosión
el árbol me vigila
enfrente a mi ventana,
espía mis menores movimientos
a veces con un pájaro,
con un gemido solitario,
con un hilo de lluvia,
atento a mi presencia
sin que pueda acallar su interrogante.
Algo exige de mí,
algo que debo hacer pero que ignoro,
algo que debo olvidar
o quizás recordar toda la vida,
tal vez un nombre,
la luz de cierta noche
o tal vez el instante en que algo amado
desaparece también con un susurro.
Algo que pugna por surgir
como la mano del que se hunde en el mar,
algo impreciso aún,
sin duda vinculado al amor, a los astros,
y que por último
me será revelado en su raíz.
Quizás tan sólo sea
una nube, una brisa,
la misma ardiente música del mundo
oída siempre y siempre y siempre.
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