Si alguien les preguntara: ¿cómo describirían a la CDMX? Lo más probable es que la mayoría respondiera: caos, desastre e incluso algunos la llamarían Ciudad Monstruo (las orejas de este cerdo han escuchado a varios referirse a la capital del país así), lo cual es cierto, pero también es verdad que como esta gran urbe no hay dos, y aunque hay veces que la odiamos y nos cansamos de ella, otras la respetamos, la cuidamos y le profesamos amor.
Lo mejor de todo es que no solo quienes vivimos en la Ciudad de México tenemos estos sentimientos, cualquiera que haya pasado más de una semana aquí también, y es que este lugar te envuelve, te encanta y -aunque a veces te engulle- es imposible no quererla.
Por ejemplo, en 1989 llegó para quedarse el pintor Phil Kelly, nacido en Dublín, Irlanda, pero “ciudadano del mundo”. Él se inspiró en la capital para realizar obras icónicas y magistrales que hasta la fecha siguen vigentes, pues retratan el paisaje cotidiano: tráfico intenso, manifestaciones, sobrepoblación…
Pero no es el único. Hay otros artistas que han encontrado en esta urbe su inspiración o la han convertido en su obsesión. Sin embargo hoy es Kelly a quien podemos conocer –o reconocer– en sus pinturas gracias a la exposición que alberga el Museo Dolores Olmedo sobre éste, la cual además incluye más piezas basadas en otros estados de nuestro país.
Traslaciones citadinas es una oportunidad para descubrir cómo nos miran los demás y quizá para entender una parte de nuestra identidad nacional.
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