Literatura

Cinco poemas de Lord Byron, el primer poeta maldito y rockstar de la historia

Dicen sus estudiosos que la personalidad de Lord Byron era intensa, llena de contrastes y que no dejaba indiferente a nadie.

A lo largo de la historia se ha escrito sobre su vida y sus amores, los cuales, sin duda alguna, impregnaron toda su obra.

Lord Byron es considerado uno de los representantes más grandes del romanticismo, y su influencia poética llega hasta nuestros días arrastrando a cientos de lectores y fanáticos alrededor del mundo.

Y a propósito de fanáticos –porque según sus biógrafos, Byron fue la primera celebridad en la historia–, Jamlet recuerda que al lugar donde llegaba, el lord revolucionaba todo, e incluso sus contemporáneos hacían lo que estuviera a su alcance para pasar una noche de juerga a su lado.

Como este cerdo inculto no puede  imaginar lo que habría visto y vivido en una fiesta con Lord Byron, solo se centra en leer cinco de los grandes poemas del autor de Don Juan.

Al cumplir mis 36 años

¡Calma, corazón, ten calma!

¿A qué lates, si no abates

ya ni alegras a otra alma?

¿A qué lates?

Mi vida, verde parral,

dio ya su fruto y su flor,

amarillea, otoñal,

sin amor.

Más no pongamos mal ceño!

¡No pensemos, no pensemos!

Démonos al alto empeño

que tenemos.

Mira: Armas, banderas, campo

de batalla, y la victoria,

y Grecia. ¿No vale un lampo

de esta gloria?

¡Despierta! A Hélade no toques,

Ya Hélade despierta está.

Invócate a ti. No invoques

más allá

Viejo volcán enfriado

es mi llama; al firmamento

alza su ardor apagado.

¡Ah momento!

Temor y esperanza mueren.

Dolor y placer huyeron.

Ni me curan ni me hieren.

No son. Fueron.

¿A qué vivir, correr suerte,

si la juventud tu sien

ya no adorna? He aquí tu

muerte.

Y está bien.

Tras tanta palabra dicha,

el silencio. Es lo mejor.

En el silencio ¿no hay dicha?

y hay valor.

Lo que tantos han hallado

buscar ahora para ti:

una tumba de soldado.

Y hela aquí.

Todo cansa todo pasa.

Una mirada hacia atrás,

y marchémonos a casa.

Allí hay paz.

***

Canción del corsario

En su fondo mi alma lleva un tierno secreto

solitario y perdido, que yace reposado;

mas a veces, mi pecho al tuyo respondiendo,

como antes vibra y tiembla de amor, desesperado.

Ardiendo en lenta llama, eterna pero oculta,

hay en su centro a modo de fúnebre velón,

pero su luz parece no haber brillado nunca:

ni alumbra ni combate mi negra situación.

¡No me olvides!… Si un día pasaras por mi tumba,

tu pensamiento un punto reclina en mí, perdido…

La pena que mi pecho no arrostrara, la única,

es pensar que en el tuyo pudiera hallar olvido.

escucha, locas, tímidas, mis últimas palabras

-la virtud a los muertos no niega ese favor-;

dame… cuanto pedí. Dedícame una lágrima,

¡la sola recompensa en pago de tu amor!…

***

No volveremos a vagar

Así es, no volveremos a vagar

Tan tarde en la noche,

Aunque el corazón siga amando

Y la luna conserve el mismo brillo.

Pues así como la espada gasta su vaina,

Y el alma consume el pecho,

Asimismo el corazón debe detenerse a respirar,

E incluso el amor debe descansar.

Aunque la noche fue hecha para amar,

Y los días vuelven demasiado pronto,

Aún así no volveremos a vagar

A la luz de la luna

***

Hubo un tiempo… ¿recuerdas?

Hubo un tiempo… ¿recuerdas? su memoria

Vivirá en nuestro pecho eternamente…

Ambos sentimos un cariño ardiente;

El mismo, ¡oh virgen! que me arrastra a ti.

¡Ay! desde el día en que por vez primera

Eterno amor mi labio te ha jurado,

Y pesares mi vida han desgarrado,

Pesares que no puedes tú sufrir;

Desde entonces el triste pensamiento

De tu olvido falaz en mi agonía:

Olvido de un amor todo armonía,

Fugitivo en su yerto corazón.

Y sin embargo, celestial consuelo

Llega a inundar mi espíritu agobiado,

Hoy que tu dulce voz ha despertado

Recuerdos, ¡ay! de un tiempo que pasó.

Aunque jamás tu corazón de hielo

Palpite en mi presencia estremecido,

Me es grato recordar que no has podido

Nunca olvidar nuestro primer amor.

Y si pretendes con tenaz empeño

Seguir indiferente tu camino…

Obedece la voz de tu destino

Que odiarme puedes; olvidarme, no.

***

Adiós

¡Adiós! si dicha se concede al hombre

de una plegaria en premio, ésta tu nombre

elevará hasta el trono del Señor.

Promesas, quejas, llanto, fueran vanos;

más que el lloro, exprimido, ya sangrante,

de ojos sin luz, tenaz remordimiento

esta palabra dice… ¡Adiós! ¡Adiós!

Secos están mis ojos, extinguida

mi voz, pero al dejarte, de mi vida

se adueña para siempre un gran dolor.

Aunque el pesar y la pasión torturan

mi corazón, quejarse no le es dado…

Yo sólo sé que en vano hemos amado…

Sólo puedo sentir… ¡Adiós! adiós.

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