A Fernando del Paso lo conocí, o mejor dicho lo leí, tarde. Iba en la universidad cuando por primera vez me acerqué a su obra, gracias a Eduardo Casar, quien en una clase habló sobre un libro inolvidable (e imprescindible) para cualquier lector, sobre todo mexicano. La referencia a Palinuro de México (1977) devenía de la lectura previa del Relato en Perspectiva (Luz Aurora Pimentel, Siglo XXI Editores, 2005), donde se cita a Del Paso para explicar la verosimilitud y el espacio diegético.
Dicha cita fue una revelación para mí, y no precisamente una revelación sobre la teoría literaria, sino más bien sobre el amor apasionado e intenso que una persona puede profesar a otra, una revelación filosófica sobre el tiempo y el espacio, sobre el creador del universo e incluso sobre el sentido de la vida, lean (o relean) el fragmento de las páginas 114, 115, 116, 117 y 118 de la edición de Joaquín Mortiz de Palinuro de México y entenderán a qué me refiero.

Así fue como me di cuenta de que me había privado toda la vida de uno de los mejores escritores mexicanos del Siglo XX (no temo pecar de exagerada o falaz), y así fue como también me di a la tarea de leer dicha obra que no me cansaré de recomendar, aunque en realidad, lo ideal sería leer (y conocer) a Del Paso en todas las facetas que hace tres años lo hicieron ganador del mayor galardón de las letras hispánicas, el Premio Cervantes: dramaturgo, poeta, autor para niños, ensayista, por supuesto novelista y cuentista, además de académico, dibujante, pintor, diplomático y hasta cocinero.

¿Cuántos hay como él? ¿Cuántos más habrá? Yo no me atrevo a responder porque no sé valorar a un autor en comparación de otro, ¿se hace por cantidad de obra publicada? ¿Por calidad? ¿Por variedad? ¿Por el género? No lo sé, pero lo que sí es que Noticias del imperio (1987) representa un antes y un después para la novela mexicana y la novela histórica hispana.

Por otro lado, José Trigo (1966) fue incluida en la lista de las 100 Mejores Novelas en Español que el periódico El Mundo de España elaboró en 2001 con la ayuda de lectores, críticos y especialistas en literatura.
No cabe duda de que la proeza mayor de Del Paso fue la narrativa, y no lo digo por decir, sino porque los premios que ganó fueron por ese género; no obstante, leer su poesía o ensayos resulta un ejercicio igual de exquisito. Aquí una prueba:
La rosa es una rosa es una rosa…
La rosa es una rosa es una rosa.
Tu boca es una rosa es una boca.
La rosa, roja y rosa, me provoca:
Se me antoja una boca temblorosa.
La roja, roja sangre rencorosa
de la rosa, que quema lo que toca,
de tu boca de rosa se desboca
y me moja la boca, ponzoñosa.
La pena, pena roja de mi vida,
de no vivir bebiendo ese lascivo
licor de boca rosa y llamarada,
rubor de rosa roja y encendida,
me ha dejado la boca al rojo vivo,
del rojo de una rosa descarnada.
Debo confesar que luego de enterarme de su deceso, comencé a leer en mis redes sociales las anécdotas de varias personas que lo conocieron o que siquiera lo vieron de lejos, portando un inigualable traje anaranjado y unos lentes de sol que combinaban con su atuendo y lo hacían ver como un rock star, o incluso más; y al leer cada línea dedicada al genio no podía evitar sentir envidia, porque hoy daría lo que fuera por verlo caminar sobre Reforma o en la colonia Roma, junto a Juan José Arreola (su “maestro y amigo”), o sentado junto a Juan Rulfo en un café de avenida Insurgentes, no me importaría ser sólo una admiradora silenciosa y tímida detrás suyo.
Pero sabemos que eso es imposible, porque el tiempo no se puede regresar si no es a través de la historia. Ahora nos toca aceptar que nos hemos quedado sin el, quizá (porque tenemos todavía Eduardo Lizalde), último portento de las letras mexicanas del Siglo XX, aunque para consuelo nuestro, nos queda la sabiduría inagotable de sus letras, que incluso anticiparon el duelo por su partida:
Cuando yo me muera, allí está todo el año: tómalo. Cuando yo me muera, cómprate un calendario y por cada mes que todavía me quieras, deshoja la hoja, arráncala, arrójala: A enero, mándalo al cielo. A febrero, con mis camisas. Con marzo, envuelve una rosa. Y hazte con abril un barco que navegue despacio, hasta mayo. A junio dile que me salude a julio y mándalos a los dos por un embudo. Y con agosto, amada mía, cubre tus pechos para que se incendie el día. Cuando yo me muera, allí está septiembre: bésalo. Con octubre, haz un cometa y con noviembre, su cola. Y a diciembre deshójalo y jura que al mismo tiempo si me quieres, no me quieras, si me olvidas, no me olvides.
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