Este año, el libro de Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, cumplió 75 años, y desde su aniversario 74 se han publicado diversas ediciones para conmemorarlo, porque es quizá uno de los libros más queridos por la humanidad, y para muestra, las más de 370 traducciones realizadas desde que se publicó por primera vez.
Millones de personas han leído El Principito, y si no, seguro han visto alguna de sus adaptaciones cinematográficas o teatrales (si tienen niños cerca que no conocen esta historia, deberían correr a comprarles el libro o la película más reciente, será sacrilegio si los dejan crecer así), además, otros cuantos millones tenemos una anécdota alrededor de esta brillante historia. Millones crecimos con el cuento del elefante tragado por una boa y millones transmitimos a cada oportunidad el amor por esta obra a las generaciones que nos siguen. Para la mayoría de esos millones, y digo la mayoría porque ya verán que no es válido decir todxs, la narración es perfecta, las traducciones suelen ser siempre atinadas. No hay una coma de más en la historia de Saint-Exupéry, no hay nada de más en realidad; sin embargo, la editorial argentina Ethos decidió que había muchas cosas mal en la narración y le metió mano.
Para empezar, la traducción, a cargo de Julia Bucci, utiliza un “lenguaje inclusivo”; es decir que la rosa ya no es rosa, sino rose, el zorro ya no es zorro, sino zorre, y “la principesa” ya no hace dibujos, sino dibujxs.
Es así como esta nueva versión del clásico que ha marcado a generaciones de niños, tiene un 60% de personajes femeninos e incluso hubo una persona responsable de reinterpretar las ilustraciones, Malena Gagliesi, porque una boa tragando a un elefante es muy violento, mejor es hablar sobre volcanes… Sí, volcanes que usualmente hacen erupción de manera pacífica y acaban con poblaciones enteras, vean al Kilauea en Hawái, sin ninguna mala intención.
Debo confesar que cuando leí la noticia de esta nueva edición, celebrada por muchos, fue un trago amargo para mí, y no porque se hayan hecho variaciones al libro que tanto cariño tengo; en realidad mi molestia radicó (y radica) en que con este tipo de acciones, sólo se tapa el sol con un dedo, y es que es cierto que no debemos marcar la diferencia de géneros a la hora de educar a los más pequeños, y debemos enseñarles que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres y los hombres las mismas obligaciones que las mujeres; es cierto que los niños “de ahora” (como dicen mis tías) crecen en entornos más violentos debido al cine y la televisión, principalmente, pero… ¿Esta es la manera de resolverlo? ¿De verdad no hay problemas más graves en la infancia moderna?
En México, por ejemplo, el Plan para la Evaluación de los Aprendizajes acaba de revelar algo sumamente preocupante: 6 de cada 10 niños mexicanos no saben multiplicar y 4 de cada 10 tiene un dominio insuficiente en la materia de lenguaje y comunicación.
Sé bien que una cosa son las peras y otras las manzanas, pero a veces caben en el mismo paquete. Quizá no es labor de traductoras e ilustradoras mejorar la educación básica, y menos la de México, pero lo que me indica esta nueva edición de El Principito es que, en primer lugar, estamos tratando de ocultar “la verdad” a los menores, y en segundo, hay sectores (los aplaudidores de iniciativas así) que viven en una burbuja en la que todo debe ser perfecto. Me pregunto, ¿qué va a pasar cuando esos niños deban enfrentar la realidad y se den cuenta de que el mundo es diferente, difícil, violento?
A propósito, aclaro que creo en la equidad de género, y todos los días libro una batalla para hacer del mundo un lugar más inclusivo y agradable para mí y todos los que me rodean; simplemente no creo que decir todxs y amigues sea una acción que genere algo para el fin.
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Y hablando de argentinos… Recientemente se estrenó en National Geographic el documental sobre la vida de Gustavo Cerati, en la miniserie, si se le puede llamar así, Bios que marcaron tu vida. Debo confesar que al final terminé totalmente conmovida y lloré, lloré por la muerte de un hombre al que nunca vi ni de lejos, pero que ha formado parte de mis días. Recomiendo que si no lo han visto, busquen las repeticiones del programa, estoy segura de que harán un viaje al pasado del artista, pero también al suyo, será inevitable (como la canción de Shakira, quien por cierto hace su aparición en el documental) y muuuy nostálgico.
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