Liebre Lunar Literatura

La lujuria de James Joyce en una carta a su esposa

Esta noche la Liebre se encuentra extasiada en su rincón favorito de la Luna, mirando desde lejos la Tierra y recordando sus días en ésta, sobre todo los mejores, los días de pasión, de versos y besos, de amor.

El motivo de su embeleso se debe a las líneas que vienen a continuación y pertenecen a una de las tantas cartas que James Joyce escribió a su esposa, Nora Bernacle, quien se encontraba en Trieste mientras él (con el primogénito de ambos) estaba en Irlanda.

La liebre sabe que todos ustedes quedarán igual que ella luego de leer esta privada y vehemente carta, al grado de que no sólo mirarán sus recuerdos de lejos, sino que también revivirán la última vez que alguien erizó su piel con un simple susurro… Por decir lo menos, porque contraria a Joyce, ella tiene mucho pudor, ¿y ustedes?

 

2 de diciem­bre

de 1909

44 Fon­te­noy Street, Dublín.

Que­rida mía, qui­zás debo comen­zar pidiéndote per­dón por la increí­ble carta que te escribí ano­che. Mien­tras la escri­bía tu carta repo­saba junto a mí, y mis ojos esta­ban fijos, como aún ahora lo están, en cierta pala­bra escrita en ella. Hay algo de obs­ceno y las­civo en el aspecto mismo de las car­tas. Tam­bién su sonido es como el acto mismo, breve, bru­tal, irre­sis­ti­ble y diabólico.

Que­rida, no te ofen­das por lo que escribo. Me agra­de­ces el her­moso nom­bre que te di. ¡Sí, que­rida, “mi her­mosa flor sil­ves­tre de los setos” es un lindo nom­bre¡ ¡Mi flor azul oscuro, empa­pada por la llu­via¡ Como ves, tengo toda­vía algo de poeta. Tam­bién te rega­lare un her­moso libro: es el regalo del poeta para la mujer que ama. Pero, a su lado y den­tro de este amor espi­ri­tual que siento por ti, hay tam­bién una bes­tia sal­vaje que explora cada parte secreta y ver­gon­zosa de él, cada uno de sus actos y olo­res. Mi amor por ti me per­mite rogar al espí­ritu de la belleza eterna y a la ter­nura que se refleja en tus ojos o derri­barte debajo de mí, sobre tus sua­ves senos, y tomarte por atrás, como un cerdo que monta una puerca, glo­ri­fi­cado en la sin­cera peste que asciende de tu tra­sero, glo­ri­fi­cado en la des­cu­bierta ver­güenza de tu ves­tido vuelto hacia arriba y en tus bra­gas blan­cas de mucha­cha y en la con­fu­sión de tus meji­llas son­ro­sa­das y tu cabe­llo revuelto.

Esto me per­mite esta­llar en lagri­mas de pie­dad y amor por ti a causa del sonido de algún acorde o caden­cia musi­cal o acos­tarme con la cabeza en los pies, rabo con rabo, sin­tiendo tus dedos aca­ri­ciar y cos­qui­llear mis tes­tícu­los o sen­tirte fro­tar tu tra­sero con­tra mí y tus labios ardien­tes chu­par mi polla mien­tras mi cabeza se abre paso entre tus rolli­zos mus­los y mis manos atraen la aco­ji­nada curva de tus nal­gas y mi len­gua lame voraz­mente tu sexo rojo y espeso. He pen­sado en ti casi hasta el des­fa­lle­ci­miento al oír mi voz can­tando o mur­mu­rando para tu alma la tris­teza, la pasión y el mis­te­rio de la vida y al mismo tiempo he pen­sado en ti hacién­dome ges­tos sucios con los labios y con la len­gua, pro­vo­cán­dome con rui­dos y cari­cias obs­ce­nas y haciendo delante de mí el más sucio y ver­gon­zoso acto del cuerpo. ¿Te acuer­das del día en que te alzaste la ropa y me dejaste acos­tarme debajo de ti para ver cómo lo hacías? Des­pués que­daste aver­gon­zada hasta para mirarme a los ojos.

¡Eres mía, que­rida, eres mía¡ Te amo. Todo lo que escribí arriba es un solo momento o dos de bru­tal locura. La última gota de semen ha sido inyec­tada con difi­cul­tad en tu sexo antes que todo ter­mine y mi ver­da­dero amor hacia ti, el amor de mis ver­sos, el amor de mis ojos, por tus extra­ña­mente ten­ta­do­res ojos llega soplando sobre mi alma como un viento de aro­mas. Mi verga esta toda­vía tiesa, caliente y estre­me­cida tras la última, bru­tal enves­tida que te ha dado cuando se oye levan­tarse un himno tenue, de pia­doso y tierno culto en tu honor, desde los oscu­ros claus­tros de mi cora­zón.

Nora, mi fiel que­rida, mi pícara cole­giala de ojos dul­ces, sé mí puta, mí amante, todo lo que quie­ras (¡mí pequeña pajera amante! ¡Mí putita folla­dora!) Eres siem­pre mi her­mosa flor sil­ves­tre de los setos, mi flor azul oscuro empa­pada por la lluvia.

JIM

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